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Joaquín Rábago.

Cultura democrática

Hay en este país poca cultura de debate político, y este a veces se confunde con lo que se escucha en esas tertulias donde, como siguiendo un ya conocido ritual, los mismos personajes aparecen a todas horas para alegremente opinar de todo.

¿Cómo es posible, si no, que los ciudadanos acepten que el presidente del Gobierno delegue en su mano derecha participar en un debate electoral para evitarse tener que responder personalmente de los casos de gravísima corrupción que le afectan a él y a su partido o que se excluya impunemente de ese debate a partidos con representación parlamentaria?

Si una corrupción estructural -que no episódica como tratan de presentárnosla los responsables, y que en cualquier democracia merecedora de ese nombre habría provocado ya dimisiones en cadena desde la propia cúspide-, si esa corrupción no es castigada el 20 de diciembre con la pérdida por el partido gobernante incluso de la mayoría relativa, como parecen indicar los sondeos, es que aquí nadie ha aprendido nada.

Me gustó la metáfora que utilizó el otro día el periodista Ernesto Ekaizer cuando habló de que el Partido Popular confía en que las próximas elecciones sean algo así como "las aguas del Jordán" que limpien a Mariano Rajoy y los suyos de todos sus pecados. Hablarán las urnas: borrón y cuenta nueva, parecen pensar en el PP. Y tal vez no les falte razón para el entusiasmo que pese a todo muestran.

Hablarán las urnas, pero es lícito preguntarse por las condiciones en que se pronunciarán los ciudadanos: con una televisión que no es precisamente la BBC y un sistema electoral manifiestamente injusto, que prima a los grandes partidos y obliga a muchos a elegir entre lo que les dice su corazón o su cabeza a la hora de depositar su voto.

Indican los sondeos que es entre los mayores, es decir quienes vivieron el franquismo y conservan todavía muchos reflejos conservadores y no frecuentan las redes sociales, el PP tiene su mayor caladero, y lo está sabiendo explotar a fondo, cuando ha hecho al mismo tiempo todo lo posible para dificultar el voto del sector que más reclama cambios: las jóvenes generaciones.

Mientras se trata de atraer a los jubilados, hablándoles de que, gracias a ellos, se han salvado sus pensiones, como si no fuera un derecho, se oculta que la "contrarreforma" laboral impulsada por el Gobierno con el estímulo e inestimable apoyo de las instancias europeas destruye y precariza el empleo y pone así en peligro la sostenibilidad del propio sistema público.

Resulta además impresentable que una mayoría de esos jóvenes que han tenido que emigrar al no encontrar aquí trabajo, no ya uno acorde a sus estudios, sino en muchos casos un trabajo sin más, no puedan ejercer su elemental derecho democrático por las enormes trabas burocráticas que encuentran para votar en el extranjero.

Dicen que eso, como tantas otras cosas que ahora se critican, es culpa también de los socialistas, pero en los cuatro años en que el PP ha gobernado con mayoría absoluta, sin consultar a nadie y enfrentándose a todos, ¿no lo habría corregido si no tuviera la certeza de que esos jóvenes emigrantes, hartos de la corrupción de unos y otros, iban a votar mayoritariamente a los nuevos partidos?

Y hablando de jóvenes, ¿no resulta igualmente indignante que el Partido Popular presuma de haber reducido el paro cuando, si se ha conseguido bajarlo en ínfima medida y con un tipo de empleo que puede esfumarse en cuanto cambie la por el momento favorable coyuntura exterior, es gracias sobre todo a la emigración de esos jóvenes y el abandono de otros?

Dicen que los pueblos tienen la memoria corta, y en eso parece que a los españoles nos gana nadie porque, de otro modo, ¿cómo se explica que para muchos incluso el caso Bárcenas parezca haber caído en el olvido? ¿Será porque estamos ya Navidades y es tiempo de perdonarlo todo?

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