En relación a los recientes acontecimientos de Bélgica y Francia mi opinión es la siguiente: lo peor está por venir. Porque no es en Libia, Irak, Afganistán, etc., donde se impone ejercer la firmeza democrática (que parece la firmeza del gendarme borracho, sin maneras ni razones) sino en el corazón del Viejo Continente. Aquí mismo es donde deberíamos ser intransigentemente democráticos y no dejar pasar ni una. Ni una imbecilidad más, quiero decir. Empezando por la enseñanza, donde el buenismo, el multiculturalismo, el etnicismo, el plurinacionalismo, el laxismo y la incompetencia están forjando seres completamente desvalidos intelectualmente, sonados, propietarios de un léxico que no sobrepasa quinientas palabras e intoxicados por exuberantes teorías del complot que a plazo operan sobre el desarraigo nihilista de la juventud.

Aprender del caso español

Los nacionalistas periféricos de España comparten con los islamistas radicales de otros países rasgos que degeneran en odio de esencias abstractas, o fabuladas, pero en formas concretas de rechazo a todo lo español/occidental. En ambos casos se observan los trazos obsesivos de la conspiranoia que centra la propia vida, la razón de ser, en un complot explicitado en infantiles metáforas y detalles deshilachados. Se ha constatado durante los últimos treinta años un proceso de adoctrinamiento de la juventud, en las barbas del Estado, cuya única finalidad y objetivo planificado, e incluso declarado, era (y es) conseguir que la juventud odiase todo lo español bajo pretexto de diversidad plurinacional y protección a las culturas minoritarias.

El islamismo radical-extremista (salafismo, en otras latitudes) y el nacionalismo periférico que sufre España se parecen mucho en cuanto a mecanismos mentales que llevan a los jóvenes, y a otros que no lo son tanto, a la teoría del complot. En el caso de los nacionalismos, el centralismo complota, según ellos, para expoliar en derechos y riquezas a las naciones periféricas; en el caso del Islam radical, un complot sionista mueve los hilos en Occidente. Los mecanismos mentales básicos son los mismos.

En la militancia independentista (alternativamente, islamista radical) domina el efecto de la superstición política en cualquiera de sus variantes. Quienes militan en el independentismo (islamismo) no se apoyan en base racional sino supersticiosa, de carácter conspiratorio (conspiranoico, si queremos adosar al concepto cierto grado de delirio paranoico). Esto es, los nacionalistas (islamistas) creen firmemente que existe, y dan por bueno cualquier indicio, una conspiración colonizadora orquestada desde Madrid (Tel-Aviv)

Días atrás, me informaron que en las redes de Briga y Resistencia Galega habían editado algunas fotografías de este que aquí tenéis, española la figura, probablemente con ánimo de amedrentarme, mira tú. Espoleado por cierta curiosidad científica entré a ver de qué iba el asunto pero no encontré nada que no sospechara. Un embrutecimiento tremendo, paralelo al de los Riazor Blues, una ignorancia plasmada en un razonamiento plano y un léxico mínimo, especie de portuñol, y un desquiciamiento sicopático que los compele a ver por todas partes un complot de España contra Galicia. He aquí dos perlas: "A dobre vara de medir da prensa: Golpe contra el narcotráfico gallego... e El gigante español Inditex obtiene unos beneficios de?". La segunda perla (firmada directamente por Resistencia Galega): O barril de crú cotiza a mínimos históricos, Corunha ten umha refinería e o prezo do carburante na Galiza nom baixa polo bem da Hespanha.

Estas perlas son ejemplos arquetípicos de la mentalidad conspiranoica. Se trata, sin ir más lejos, de encontrar los detalles, a menudo ínfimos, que confirman la existencia del complot. La ventaja de las simplificaciones es que prácticamente todo puede constituir una prueba. La finalidad es reunir un número considerable de signos y ensamblarlos en un todo coherente, en una especie de intuición alucinada, cuyas revelaciones y tramas, plenas de sentido para los iniciados, llevan por ramificación paranoica a nuevas pistas para justificar el complot.

Esquemáticamente, la mentalidad conspiranoica designa un conjunto de disposiciones sicológicas que favorecen la adhesión a cierto tipo de teorías del complot. La teoría del complot centralista (sionista) permite, de esa guisa, reducir en el independentista (islamista) la ansiedad generada por un mundo densamente reticular y complejamente tramado. La dificultad de intelección de dicha complejidad lleva al independentista (islamista) a compensar, con una solución mental de facilidad, el poder de decisión y acción sobre el entorno político, cultural y social en mutación del que se siente excluido y desposeído. No es de extrañar, por consiguiente, su rechazo de la sociedad abierta, amplia e integradora toda vez que fuera del reduccionismo nacionalista (islamista) la comprensión polisémica de las sociedades modernas requiere movilizar recursos intelectuales y conocimientos cuya adquisición impone algún esfuerzo mental.

El/la independentista (islamista) experimenta con la voluntad de romper España (romper Occidente), origen y causa del complot, una altísima sensación de autonomía personal, de autoestima, de superioridad moral y de libertad individual frente al poder centralista (lobby judío) conjurado para requisársela. En suma, al militante independentista (islamista) la teoría del complot españolista (complot sionista) le permite situarse, con poco esfuerzo intelectual, en el centro de la Historia.

La lucidez de Alain Bentolila

No es Soumission, de Michel Houellebecq, lo que hay que leer -que también- para saber lo que está pasando en Francia, corazón sangrante de Europa, sino de la autoría de Alain Bentolila el ensayo Comment sommes-nous devenus si cons? constitutivo de un requisitorio lucidísimo, brutal, sin concesiones apocadas contra la estupidez que ha invadido la sociedad francesa -de la escuela a la política- que sin embargo no es, por lo que conozco, la que está intelectualmente más desvalida en Europa.

Y mientras Occidente arde en sus cimientos como una montaña de carbón al aire libre, los modernos Nerones, los celadores de la moral triunfante celebran estúpidamente el advenimiento de una "sociedad nueva" (la de las redes digitales) aherrojada por la inmediatez, resignada a la imprecisión de quinientas palabras, a la jerigonza ininteligible de la comunicación digital, al pensamiento nivel cero de textos que no sobrepasan cuatro líneas mal escritas.

Ante esto, no sería mala cosa que en la enseñanza se buscase, iluso que soy, ser menos puerilmente democráticos (ay, esos profesores coleguis gentilmente pederastas o como mínimo pedófilos) y más hondamente cabales. Porque la misión esencial de la enseñanza no es otra que formar el cerebro de la juventud entrenándola en el duro viacrucis de la probidad intelectual por mor de un equilibrio exigente entre derechos y deberes en relación al respeto de la racionalidad. Derechos y deberes que honran a la persona ilustrada en su sentido más noble.

Derecho a que cada cual exprese libremente su opinión bajo la obligación de someterla a una crítica radical y sin servilismos ni concesiones a prejuicios ideológicos o religiosos. Derecho al respeto de todas las convicciones (siempre y cuando la exteriorización no sea constitutiva de delito) pero prohibición absoluta de que se inculquen fuera del ámbito democrático manipulando a los intelectualmente más vulnerables (por algo se justifica la erradicación de ciertas sectas). Derecho a afirmar lo que creemos verdadero pero sometiéndolo obstinadamente a la búsqueda de pertinencia o fallos lógicos. Derecho a cuestionar lo que se enseña pero deber de contribuir seriamente con una alternativa más satisfactoria. Derecho a interpretar y criticar libremente los textos de los otros -por ejemplo, los míos- pero deber de no descontextualizarlos. Derecho a privilegiar y cuidar los rituales y creencias del propio grupo -étnico, religioso, político, ideológico- pero deber de conservar la libertad de juicio sin la cual no hay convicción racional sino creencia sectaria.

*Economista y matemático