Ramón Estrada: Agradezco, José Luis, tus logros, venganzas y maldades sintácticas, ortográficas, léxicas y gramaticales por las que te hubiesen llamado de Estocolmo si te apellidaras Smith. Has sido el más grande. Punto. Has sido el jabugo y el aceite de oliva primera presión en frío de nuestra prosa. Punto y coda. Has sido el Viña Arkansas de los riojas: SÍ. Le ganas por goleada a Vence gracias a la serie de los números primos. Entre los que escriben bien, como tú, y los que escriben mal, como Calaza, no hay más diferencia que el color del taparrabos mental. Tengo ahora una duda: ¿taparrabos o tapanabos?

Alvite: La modernidad ha convertido a los españoles --otrora cejijuntos, delgados de hechura antigua, obtusos y valientes-- en gordos, ridículos, frívolos y vergonzantes destructores del pasado. No recuerdo artículo mejor escrito que aquel de Manuel Jabois en 1912, Diario de Puentevedra, demostrando que la superioridad intelectual de los coreanos reside en la forma de sus vergas. En forma de sacacorchos, siendo más preciso.

R.E: Hay cosas que no se le escapan a nadie. Ya lo dijo Pelé, el Mago ¡quién fuera blanco aunque fuera Jabois!

Una que pasaba por allí: Confirmo que la predisposición al taladro que muestra la espiral del nabo de los jugadores de Go permite ahorrar material y ganar en cerebro para un mismo peso total del organismo. Se trata de una de las mayores aportaciones a la causa racial de los coreanos y, en consecuencia, del orden y las jerarquías naturales. Un nabo en forma de sacacorchos, como la picha de cerdos y coreanos, es, qué duda cabe, un regalo de los dioses.

A: Abusas de tu condición de ser de ciencias y bióloga, que diría Rivas, pero las peregrinas coreanas del Camino de Santiago están cansadas de tanta ampolla en los pies y tanto aburrimiento en el coño. Por ello hay millones peregrinando por ahí adelante como si estuvieran sacando fotos, las muy hipócritas. Están a lo que están, buscando unas alegrías.

R.E: Baroja era misógino, avaro, pequeño burgués y aburrido. Tú eres expansivo, generoso, raceado y triste.

A: Soy de la raza de las gentes que a mi tierra vinieron, vieja amiga del Sol. Mis genes moros me derrotan: estoy obsesionado con la ginebra porque no me quita la sed de justicia pero sí la de agua. Ya lo decía José Antonio: la caballería, la fontanería y la brillantina son la razón de ser del español. El día que a Cataluña llegue el agua del Ródano las hordas arrastrarán los despojos de España por las aceras. España no necesita trufas ni agua francesa a pesar de ser los inventores del bidé. No está claro si para lavarse la entrepierna o la mala conciencia.

R.E: Ya no hay hombres como Baroja capaces de escribir a Unamuno mandándolo a tomar por saco. El cristianismo es la hez vivificante de los resentidos. Stalin fue seminarista. Pero el Islam aplasta a las mujeres como la miseria al hombre de bien. Ya no hay tipos como Unamuno, capaz de confesar que le hubiera gustado tener las obras completas de Baroja encuadernadas en su propia piel.

A: Deseo tener en el más allá los artículos de Calaza encuadernados con la piel de su lengua. Que tanto marisco ha degustado. Igualmente los de la simpar MJ. Que tantas pollas ha mamado. La primera vez, sin su consentimiento.

R.E: Tanto de las aves del cielo como de las más encanalladas almas que acuchillan la noche transitando los arrabales del dolor se pueden aprender lecciones cuyas enseñanzas son, además de útiles, permanentemente ciertas. Nadie puede negarles a los mirlos, turdus merula, especialmente a tu primo Merlín, la milenaria sabiduría de la que hacen gala al no comer jamás jamón y queso ni chicharrones con yogur. Confiesa: ¿te hubiese gustado haber nacido en Mondoñedo y apellidarte Cunqueiro?

A: Todo se pega menos la belleza. Por eso hay tan pocos poetas buenos y tal abundancia de ladillas. La vida aprieta y nunca se sabe lo que dejará la resaca en la orilla, esta tarde mismo o dentro de quince días. En previsión de lo cual voy a echar un polvo en un desguace.

Una que pasaba por allí: Soy una niña en el alma si bien la rudeza de la vida me enseñó que cuando el corazón se acelera --verbigracia, al escuchar el desgarro de la seda-- las bragas vuelan hacia el techo con prisa incontenible. Ante eso, la larga cola del vestido nupcial, el consolador adquirido en la más reputa sex-shop de Pigalle, quince días en las Seychelles o aparecer en Interviú posando en brazos de Calaza pesa poco. Desde mi cama hasta el placer hay treinta y cinco bares que ningún hombre es capaz de afrontar impunemente.

A: Yo sí, amor.