Empecemos por negar lo que algunos reclaman como evidente: para defendernos del terrorismo tenemos que reaccionar atacándolos con las mismas armas con las que ellos pretenden ajusticiarnos. Somos muchos los que pensamos que contra el terrorismo no hay que armarse hasta los dientes, no hay que fortificar aún más las fronteras, no hay que afilar los colmillos del odio. Tiene razón Malala Yousafzai -la persona más joven que ha obtenido el Premio Nobel de la Paz-: contra el terrorismo y sus caldos de cultivo, el fanatismo, la miseria y la ignorancia, se lucha con cuadernos y lápices, esas son las armas más poderosas. Hay que recordarlo, ella lo dijo con gran conocimiento de causa, después de que los proyectiles de la cerrazón mental le atravesaran la cabeza por pedir el derecho a la educación de todas las niñas en la región paquistaní donde vivía. Sus palabras suenan tan contundentes ahora como el día que las pronunció:

"Pensaron que sus balas nos harían callar, pero se equivocaron. La debilidad, el miedo y la desesperación murieron. Y nació la fuerza, el poder y el valor". Era una niña que había sobrevivido a la barbarie la que pronunció esas firmes y serenas palabras, solo una niña; una niña que estaba y está convencida de que solo la educación, solo las palabras pueden cambiar el mundo. Ella suscribiría aquellos versos de Miguel Hernández que dicen: "Tristes armas / si no son las palabras. / Tristes. Tristes". No podemos alimentar el odio con más odio. El brutal ojo por ojo y diente por diente nos dejará a todos ciegos y mudos. Los lápices y los cuadernos que pide Malala son las únicas armas efectivas. Y eso lo saben mejor que nadie los terroristas, y precisamente porque lo saben intentaron asesinar a Malala, y por eso asesinaron a los 141 escolares en Peshawar (Paquistán), a los dibujantes franceses de la revista "Charlie Hebdo" y a miles de personas más.

Quienes mueven los hilos de los fanáticos, de cualquier especie, están convencidos de que no pueden permitir a sus adeptos desarrollar ni un mínimo de pensamiento autónomo, ni una pizca de crítica. Les exigen que acaten sus órdenes a rajatabla, sin ningún cuestionamiento, y que a los libros, en plural, no deben ni acercarse. Para que sigan sus dictámenes, tienen que encarcelar sus mentes; solo a intelectos cautivos se les puede adiestrar en el odio ciego para cometer atrocidades.

La educación para la autonomía es la antítesis de ese aprisionamiento de las mentes. Por eso, sugiero que se lea y se comente en todas las escuelas, como eficaz protesta contra todos, todos los crímenes terroristas, libros como "Querida Malala" (Juventud). Es un álbum muy breve, muy claro, muy ilustrado, muy sencillo y a la vez muy convincente para niños y niñas de 4 a 104 años.

Si pensamos, si leemos, si nos escuchamos de verdad, si reflexionamos juntos podemos llegar a la conclusión a la que llegó el escritor de origen libanés Amin Maalouf: "Ninguna causa es justa cuando se alía con la muerte".