"No me siento espectadora de la naturaleza, soy parte de ella, soy como un helecho, como un árbol, y esto no es literatura, es una profunda realidad". Ana María Matute, una de las grandes escritoras de la postguerra, mujer libre y luchadora y, al decir de quienes la conocieron y quisieron, magnífica persona, pronunció estas palabras el 16 de junio de 2000 en el bosque de Muniellos. Visitar el escenario mágico y hermoso asturiano, el territorio de los duendes y de las xanas, de los reyes y de los niños encantados, de los buenos y de los malos, la trasladó, una vez más, al mundo de "Érase una vez...".

Matute empezó a escribir porque no sabía hablar. Tenía cinco años cuando alumbró su primer cuento. Ella misma lo contó en una entrevista hace veintitrés años. "Era tremendamente tartamuda y además fui víctima de una educación severísima, en la que no te dejaban hablar. En la escritura encontré mi refugio. No hay que impedir que los niños amen el terror de los cuentos, ni que lloren en las buenas películas que son producto de la imaginación; sólo hay que temer el horror de los hombres".

La guerra civil le curó la tartamudez. "Nunca he podido arrancar de mi aquella niña de la guerra asombrada por el horror". Tal vez por eso su obra, en la que siempre está la lúcida mirada infantil, tiene un punto enigmático, la imaginación y la fantasía son ingredientes de un mundo real, como si el que los demás consideran tal, simplemente no existiera.

La Universidad de Oviedo invitó a la escritora, en 2002, a ofrecer una charla sobre su vida y su obra. El encuentro que mantuvo con los periodistas fue cálido y simpático y dió alguna pista de la receta que se esconde tras una literatura que siempre fue a contracorriente y marcó a varias generaciones: "¿Qué es la realidad?, ¿creen que los sueños no forman parte de la realidad?", decía.

Es autora, desde sus inicios, de una obra sólida, con libros bellísimos como "Primera memoria", cuentos magníficos y títulos grandes, como "Olvidado Rey Gudú". "Es el libro que siempre quise escribir, el que llevaba dentro desde niña. Y verlo hecho me produjo una sensación gratificante mezclada con cierto miedo. Pero hay una voz interior que me dice que no me he equivocado", decía.

Alegre, vital y disfrutona, la vida nunca se lo puso fácil. Se casó con el escritor Eugenio de Goicoechea y el matrimonio tuvo un hijo, Juan Pablo, que, junto a la literatura, han sido los grandes amores de Matute. "Ha muerto una gran escritora y una gran madre", decía ayer su hijo. El matrimonio resultó ser un fracaso y Matute, en un tiempo en que la mujer española no tenía más derechos que el de resistir como pudiera, decidió separarse del hombre que la maltrataba. Tuvo que pelear diez años por la custodia de su hijo. Viajó como lectora a los Estados Unidos, padeció una gran depresión que la mantuvo apartada de la literatura varios años, pero las palabras, los amigos y la vida la reconquistaron. "Escribo, vivo y leo dentro de la literatura".

Fue escritora admirada y querida por sus compañeros. Se vi o en 2010, cuando al fin le concedieron el Premio Cervantes. Todos los grandes reconocieron su magisterio y su calidad literaria, pero también su condición de buena persona.

"Quisiera que mis libros duraran, porque yo estoy en mis libros, y si alguien me ha querido y me recuerda, y me quiere volver a encontrar, estoy en todos mis libros, en los peores y en los mejores", dejó dicho en una entrevista televisiva todavía inédita.