De todos los mercados económicos es más que probable que el laboral sea uno de los más imperfectos. La mercancía que se intercambia, el factor trabajo, nunca logra el ajuste óptimo entre demanda y oferta.Existen varias teorías económicas que tratan de justificar la necesidad de invertir en educación si se quiere alcanzar una mayor rentabilidad laboral, entiendase encontrar un trabajo y que éste sea de calidad. El modelo de capital humano señala que un mayor nivel educativo lleva aparejado, al menos a medio y largo plazo, unas mejores condiciones laborales. El problema aparece cuando las oportunidades laborales escasean y para mejorar puestos en esa "cola" se sigue aumentando excesivamente la inversión en educación generando un proceso de sobreeducación. La sobreeducación no debe entenderse únicamente como un problema de la oferta de trabajo, sino también es consecuencia de la falta de oportunidades de la demanda de trabajo, que no es capaz de absorver esta ingente mano de obra. Evidentemente el ajuste que se produce no es el óptimo porque los empleadores eligen como trabajadores a personas excesivamente preparadas para ese puesto, generando un proceso de sobrecualificación. Por lo tanto, los que se colocan son trabajadores más formados, pero con remuneraciones más bajas, lo que provoca un fuerte abaratamiento de la mano de obra.Ante esta situación los individuos tienen básicamente dos opciones, o aceptar el trabajo que les ofertan, aunque sea de baja cualificación dada su formación previa o convertirse en desanimados, esto es, ni quieren trabajar ni buscan trabajo. En este escenario, lamentablemente la emigración actúa como válcula de escape a esta falta de oportunidades en el mercado local y no debemos olvidar que los que emigran son parte del colectivo que están mejor preparados, con el consiguiente desaprovechamiento de los recursos públicos y privados invertidos en su formación. Casi, de forma automática algunas voces indican que " la Universidad es una fábrica de parados" y que "los conocimientos adquiridos tienen poca o ninguna relevancia práctica". La respuesta a este tipo de valoraciones es inmediata. Las tasas de actividad y empleo de los universitarios son las más altas de toda la población, las de desempleo las más bajas. Las remuneraciones a medio plazo de los egresados universitarios son también las más elevadas. Lo anterior no es óbice para señalar que las dificultades de nuestros titulados para encontrar un trabajo de calidad son mayores que hace una década. Esto es una realidad y ante la misma debemos de encontrar los mecanismos necesarios para mejorar su capacidad de inserción.Es evidente que al finalizar su formación universitaria los jóvenes egresados no suelen alcanzar el empleo al que aspiran. Sin embargo, no es menos cierto que a medida que aumentan los años de experiencia este problema se va corrigiendo, reduciéndose las situaciones de precariedad laboral. Aún con todo, el fuerte aumento del número de titulados universitarios está provocando que el título obtenido se convierta en un criterio más de selección (una señal) aunque no se precisen los conocimientos adquiridos para el empleo al que se opta. Lo anterior precisa de una importante matización, ya que más que un stock de titulados universitarios escasamente aprovechado, lo que realmente parece constatarse es la existencia de un desequilibrio entre la formación escogida y lo que realmente necesitan las empresas. Es habitual encontrarse con sectores o profesiones con un exceso de oferta de titulados y otros en las que las empresas no tienen candidatos cualificados para el puesto que demandan. ¿Qué se puede hacer entonces? Desde la perspectiva de la oferta educativa es necesario un ejercicio de reflexión acerca de los títulos universitarios, conocimientos y competencias que se imparten en las aulas. Los estudios universitarios necesitan seguir reduciendo su carga teórica y ser más aplicados; hay que seguir apostando por un mayor conocimiento de lenguas extranjeras; hay que potenciar la enseñanza a través de las nuevas herramientas informáticas; es necesario la realización de prácticas profesionales durante la etapa formativa; se debe seguir apostando por la movilidad de los estudiantes; finalmente hay que facilitar a los estudiantes información sobre las salidas laborales a la hora de elegir titulación.En esta batería de actuaciones la Universidad de Vigo lleva trabajando muchos años. Con los nuevos planes de estudio se ha logrado mejorar la aplicabildad práctica de la formación, aunque todavía hay que seguir puliendo ciertas cuestiones; algunos centros vienen apostando fuerte por abrir sus titulaciones a estudiantes europeos, este es el caso de la Facultad de Ciencias Empresariales y Turismo de Ourense que recientemente ha apostado por ofertar el grado en Administración y Dirección de Empresas totalmente en inglés; la docencia de grado en la universidad olívica se realiza con el apoyo de una plataforma informática con muchas posibilidades, lo que además posibilita la existencia de titulaciones de postgrado semipresenciales o totalmente on-line; se está realizando un esfuerzo importante en mejorar las prácticas preprofesionales; se viene apostando, a pesar de los recortes, por programas de movilidad, y la información que reciben nuestros potenciales estudiantes sobre las titulaciones que van a cursar es mucho más completa. Me consta que el resto de universidades gallegas ha incrementado sus esfuerzos en este mismo sentido, ya que son conscientes de la necesidad de adaptación.Lo anterior no debe llevarnos a la autocomplaciencia ni mucho menos. Hay mucho por hacer y aunque los recursos universitarios vienen sufriendo importantes mermas, como profesor universitario soy de la opinión de que al igual que la docencia, la investigación y transferencia del conocimiento y la gestión son algunas de nuestras obligaciones, debemos también colaborar en mejorar las posibilidades de inserción laboral de nuestros egresados. Es nuestra responsabilidad.