Rusia, Ucrania, Estados Unidos y la Unión Europea alcanzaron el día 17 de este mismo mes -hace un par de semanas- un acuerdo en la ciudad suiza de Ginebra para desarmar a los grupos separatistas del territorio ucraniano más eslavo, conceder una amnistía a los alborotadores de la guerra civil en ciernes y promover la creación de un Estado federal. Como sabían todos los participantes en la conferencia, se tardó menos de un suspiro en violar los compromisos; quizá en buena parte porque los principales responsables de mantenerlos, los separatistas prorrusos de Ucrania, ni siquiera participaron en el encuentro de Ginebra. De hecho, quiénes son sus representantes -sus líderes, al menos- supone un misterio. Así que las declaraciones del secretario de Estado de Washington tras lo de Ginebra asegurando que Ucrania iba a comenzar un proceso de reforma constitucional, inclusivo, transparente y claro capaz de abrir el diálogo con toda la población y de tomar en cuenta las aspiraciones de todos los ciudadanos del país, eran pura retórica.

Mientras nos adentramos por la pendiente resbaladiza que lleva al conflicto armado en Ucrania, lo que se llama una guerra civil con o sin el cruce de los blindados rusos de la frontera -que igual ni siquiera es necesario-, se ha dado paso ya a otro tipo de guerra a la que podríamos llamar blanda porque se dirime no con tanques, bombas y balas sino con declaraciones oficiales. Al margen de las de siempre, que consisten en echarle la culpa al otro de lo que está sucediendo -del incumplimiento de los acuerdos de Ginebra, que no duraron ni un solo día- la guerra blanda se adentra de momento por el territorio de las amenazas inútiles. La sanción más severa que han impuesto los Estados Unidos y la Unión Europea a Rusia consiste en retirar los visados a la corte del zar Putin aunque no al propio presidente. Ir más allá, con Europa entera dependiendo del gas ruso, parece una simple utopía. Pero lo más ridículo de la guerra blanda es que ni siquiera se sabe de qué armas podría servirse. Como el propio gobierno estadounidense ha reconocido, para llevar a cabo acciones más firmes, incluso reducidas a las sanciones económicas, hace falta un consenso con Europa. Pero al igual que sucede con los prorrusos de Crimea, no se sabe qué quiere decir eso en términos de liderazgo. ¿Quién manda en la Unión?

Por más que la responsable de la diplomacia europea, Catherine Ashton, acompañase al secretario de Estado John Kerry en la conferencia de prensa que dio cuenta de los acuerdos de Ginebra, Europa es en términos diplomáticos, jurídicos, políticos y económicos un galimatías. Polonia y Suecia reclaman mano dura contra Rusia; Hungría, Rumania y Bulgaria no se aclaran y Alemania silba mirando hacia otro lado. Quien quiera convertir la guerra blanda en un chiste puede preguntarse a quién le importa lo que pueda pensar sobre las sanciones España.