La doctrina matapresidentes tiene en Francia una nueva víctima, que no será la última. La titubeante apuesta socialista por el crecimiento ha sucumbido al dictado de la austeridad. Hollande, el mandatario más impopular de la V República, hoy ajusticiado por su primer ministro y su grupo parlamentario, es una sombra patética de lo que significó para los convencidos de una salida de la crisis que no aplaste el estado social. Tal vez resulte muy difícil eludir creativamente la senda marcada a fuego por la troika y vigilada por la coacción alemana. Pero es tan peligroso cambiar de táctica a mitad del partido como seguir ciegamente la que conduce al desastre. Manuel Valls será el encapuchado que coloque en el patíbulo la cabeza de su líder y vacíe las bancadas del PSF antes de autoinmolarse.

De poco vale que el programa de reducción del gasto público sea de 50.000 millones de euros hasta 2017, como Valls anuncia, o de 35.000 como proponen un centenar de diputados de su color. Suavizar un punto las previsiones más lesivas para los menos pudientes será una cataplasma menesterosa, capaz de fracturar el voto socialista en la asamblea e incapaz de convencer a una sociedad que se creía cogobernadora de la Unión Europea y acabó entrando por el aro de los verdaderos mandarines. Merkel no ha conseguido mayoría absoluta y, para completarla con estabilidad, ha pactado con la socialdemocracia importantes excepciones al dogmatismo austericida. En Francia no parece posible un acuerdo similar, puesto que la división socialista libera a la derecha de mojarse en reducciones pensadas para el mayor beneficio empresarial.

Las políticas de laboratorio no arraigan en las capas no específicamente ideologizadas de la sociedad, esa masa de millones de electores que espera su turno de palabra en las urnas. La propaganda electoral y la empalagosa magnificación de pequeños y presuntos avances financieros en un marasmo de crisis económica, social e institucional, no llega al subsuelo del paro, la pobreza, la discriminación, la desigualdad y la regresión cultural, donde bulle la gran masa de electores. Es probable que François Hollande vea injusto su descrédito, y Valls considere traidores a los compañeros que le exigen otra política, pero ellos representan el nivel experimental impuesto desde fuera que no están dispuestos a asumir los no culpables de la crisis, la inmensa mayoría. Las encuestas que hunden sin descanso la popularidad de Rajoy y su Gobierno son el indicio del próximo presidenticidio.