El papel moneda de nuestro país llevaba antes en negro sobre blanco, o verde, o el color del que fuese el billete, una promesa: "El Banco de España pagará al portador", con la cantidad a pagar puesta a continuación. El billete que mejor recuerdo es el de mil pesetas, con los Reyes Católicos, ¡ay!, retratados como garantía, digo yo, de esa promesa. Aunque los que la asumían era en realidad las autoridades de la institución, con su gobernador al frente, quienes firmaban y rubricaban el compromiso. No sé lo que habría sucedido -estamos hablando de los tiempos del general Franco- si un ciudadano hubiese acudido a las oficinas del Banco de España en la plaza de Cibeles de Madrid con su billete en mano de Isabel y Fernando, el espíritu impera (que decía la canción patriótica de entonces) pretendiendo que, al ser el portador del documento, se le diesen las mil pesetas de marras sin mayores explicaciones ni argumentos. Pero me lo imagino. Lo más probable es que le hubieran echado a la calle sin más pero puede que, de paso, se hubiese llevado una manita de hostias por aquello de la falta de respeto, la tendencia a la anarquía y el contubernio judeomasónico.

Los billetes en euros de ahora mismo ya no dicen nada. Se limitan a llevar la numeración, el importe de su valor, las siglas del Banco Central Europeo en cinco lenguas, el mapa del continente y alguna que otra alegoría artística, todo ello subrayado por la firma de Mario Draghi, que, en el papel de 20 euros que tengo delante, se identifica mucho mejor que en el caso de los billetes en pesetas de antes. Se ve que, como ya nadie promete nada, los riesgos de ser identificado son más bajos. Pero miento; sí que hay promesas de por medio. En las actas del Fondo Monetario Internacional de mayo de 2010 que acaban de hacerse públicas aparece que, en plena vorágine de la crisis económica, Alemania, Holanda y Francia se comprometieron a ayudar a Grecia manteniendo las cuantiosas cantidades de deuda de ese país de que disponían; esas mismas que, de ponerse a la venta en el mercado, habrían situado a los helenos en la pura bancarrota. Pues bien, tras asegurar que no, los tres gigantes de la economía europea, sus locomotoras como quien dice, procedieron a venderlas de inmediato. El resto es conocido: la necesidad de acudir al rescate de Grecia a cambio de medidas tan duras que llevaron a los ciudadanos helenos al borde de la rebelión armada.

Cierto es que los compromisos de los gobiernos alemán, francés y holandés se incluían en un documento confidencial. Pero que se sepa la obligación de cumplir con las promesas es un valor supremo en sí mismo que no depende del secretismo en el que se amparen. Con lo que cabe comprobar a la perfección en qué manos estamos y lo que podemos fiarnos de ellas. Al final se entiende pero que muy bien otro mensaje impreso; el que aparece en los billetes en dólares. En Dios confiamos, asegura la moneda estadounidense. Dicho de otra forma, Dios te ampare, hermano.