Arranca una nueva temporada futbolística, nace una nueva ilusión. Cuando está a punto de cumplirse el noventa aniversario del club, el Celta parte pleno de esperanza entre los grandes del fútbol español llevando consigo a miles y miles de aficionados de toda Galicia que ven en él, más que un club, un emblema, un símbolo y una fuente inagotable de esperanza y riqueza.

A partir de mañana, el conjunto de Balaídos concitará las miradas futbolísticas de toda la Comunidad como único referente del fútbol gallego en la élite, un sitio que le corresponde por tradición, por afición, por historia y por su aportación a este deporte. Una vocación, la de defender los colores de toda Galicia, que se refleja fielmente en la Cruz de Santiago que porta como escudo.

La entidad viguesa cumple 90 años el próximo viernes día 23 y lo hace en plena forma. Más joven que nunca. Con la incorporación de casi 3.000 nuevos abonados, la mayoría menores de 24 años, y rozando los 24.000 socios, el segundo mejor registro histórico tras los 25.000 de la temporada 1998/99. Toda una demostración de fortaleza y de excelente salud camino del centenario.

Tras haber convertido su objetivo de sanear las cuentas en un ejemplo a seguir en todo el fútbol español, ahora la sociedad que preside Carlos Mouriño parte desde la primera línea hacia un nuevo objetivo: consolidarse en la máxima categoría nacional. Con las cuentas limpias y un plan de viabilidad que le avala, las fuerzas se concentran en lo deportivo. Tras años en el infierno y una temporada, la pasada, de transición y suspense hasta el último segundo en Primera, el Celta debuta mañana frente al Espanyol con la meta de fortalecerse entre los grandes, paso indispensable para dar continuidad a un proyecto con un futuro brillante que no ha hecho más que comenzar.

Los cimientos económicos puestos apuntalan la estrategia deportiva. Sobre el césped las directrices se mantienen y la apuesta por la cantera es el valor principal sobre el que descansa el sueño celeste. En este contexto hay que situar, por tanto, la llegada de Luis Enrique a Vigo. El técnico, criado en dos de las grandes factorías del fútbol español, Mareo y La Masía, ha sido llamado para dar continuidad a la emergente fábrica de A Madroa, que se ha significado en las últimas temporadas por la producción de joyas como Iago Aspas, Hugo Mallo, Roberto Lago, Jony o las más recientes de Santi Mina o el guardameta Rubén.

Tampoco es indiferente el criterio seguido en las incorporaciones. Para suplir las bajas del delantero moañés, fichado por el Liverpool por más de siete millones de euros, o de Lago, el lateral del Calvario, fichado por el Getafe, llegan jugadores con una escuela similar a la del cuadro olívico. Nolito, Fontás o Rafinha, hijo del mundialista y mítico jugador celeste Mazinho, comparten los mismos parámetros y su adaptación es un hecho. Charles aterriza en Vigo avalado por la condición de máximo goleador en Segunda. Todo bajo el ideario de incorporar refuerzos de calidad sin abandonar los principios básicos de la cantera, un proyecto para el que se trabaja ya en la construcción de una ciudad deportiva.

Pero si el estado financiero sostiene con firmeza el sueño celeste, el decisivo apoyo social que se dispara con esos casi 24.000 socios y la juventud de las nuevas incorporaciones no hace más que garantizar su relevo generacional. Así pues, las gradas de Balaídos también se regeneran. Han renacido de sus cenizas peñas emblemáticas, han cobrado protagonismo nuevas hornadas de aficionados surgidas cuando iban mal dadas. Se ha reactivado el celtismo por todos los rincones.

Nunca el Celta caminó solo. Son miles y miles los aficionados que, no solo en Galicia, también en el resto de España y en el mundo entero, alientan al cuadro de Balaídos. El sentimiento y la pasión por este club están pues más vivos que nunca. Y como reza su himno, el Celta llevará con orgullo y tradición, ese honor allá por donde vaya. Ahora solo falta que el balón eche a rodar. Es la hora de que toda Galicia disfrute de la recompensa de tener un equipo en Primera.