La disminución de la visibilidad del 15-M, o su completa desaparición, es el principal síntoma de su limpieza y del triunfo de sus postulados. Para confirmarlo, la aprobación que logra hoy el movimiento en las encuestas supera al recibido cuando estaba vigente. Dos años después, ha disminuido el número de indignados dispuestos a acampar sus ideas en un paisaje urbano. Sin embargo, la indignación se ha multiplicado y fortalecido. Por ejemplo, el éxodo de la mitad de votantes de PP y PSOE?que rastrean las encuestas habita la tierra prometida de una indignación sin perfiles ideológicos definidos. Las necesidades acuciantes han trastocado las coordenadas del debate político. Buena parte de los populares y socialistas que hoy se indignan por encima de adscripciones, abominaron en su día de la alteración que implicaba la ocupación de plazas. El 15-M aporta la matriz de donde surgen iniciativas como la plataforma contra los desahucios o la revuelta contra la estafa de las preferentes. La indignación es la nueva etiqueta de uso obligatorio y transversal, al igual que sucedió con el ecologismo dos décadas atrás. Verbigracia, Cospedal se declara "indignada" por el comportamiento de Bárcenas, sin que esta repulsa le impidiera pagarle un sueldo mensual de veinte mil euros. Según se ve, la adhesión a la indignación es tan lábil como al ecologismo, hasta el extremo de que cabe plantearse si el abuso del término entorpecerá la canalización de sus propuestas. El entusiasmo inconsciente puede arrojar al movimiento en manos de la nostalgia, el esterilizador universal. Los vástagos más radicales del 15-M encajan mal en la estética de los antisistema. Las pantallas se han poblado de manifestantes pertenecientes a las clases medias, y de edades avanzadas para los estereotipos de la indignación callejera. No son perroflautas, por mucho que un político del PP les endose el término canino para justificar su decisión de abrirles la cabeza. El prodigio del 15-M se cifra en la consagración de un término peyorativo como la indignación, sinónimo de la ira y de una vehemencia desaconsejada en las relaciones humanas. Ha triunfado el eslogan que hubiera rechazado cualquier asesor de imagen excepto Charles Saatchi. A su vera han brotado líderes como Ada Colau o Alberto Garzón. Ambos sobresalen por su asimilación de los modos políticos tradicionales, y deberán demostrar que no serán engullidos por la ortodoxia que han venido a rebatir.