Cuatro no distingue entre las mejores series y la mortadela con aceitunas. Y es un problema, porque aplicar la lógica de la charcutería a la emisión de las grandes ficciones norteamericanas demuestra, por un lado, no tener ni idea de cuál es el corazón de la nueva narrativa televisiva; por otro, no tener ni el menor respeto al espectador fiel que más debieran mimar las cadenas; y, por otro lado más, -un momento, ya llevamos tres lados... bueno, el lado de arriba-, que Fox debería cuidar más a quién vende sus series y dejar de subastarlas en Mercamadrid. McLuhan is dead. El medio no es el mensaje "no more". Ahora el tempo es el mensaje. Es el tempo, estúpido. Los guionistas escriben los capítulos con un cronómetro en la mano, tanto las comedias como los dramas. Se planea meticulosamente el número de capítulos, la duración de cada uno, en qué momento se inserta la cabecera, cuál es la escena final de cada episodio... Después el público verá la narración en su PC, en el iPad o incluso en el televisor. Ahora que las pantallas se han multiplicado solo cabe mantener el control sobre el ritmo, y si un capítulo especial dura 84 minutos habrá que hacer un hueco de al menos 84 minutos en la programación para que quepa.

Pero Cuatro ha ofrecido el final de "Homeland" a sus espectadores como si les estuviera cortando cien gramos de chopped. Ha agarrado la serie, ha ajustado la máquina de cortar embutido a rebanadas de cincuenta minutos y se ha puesto a pasar la cuchilla sin más consideraciones. Al llegar al final se ha encontrado con un trozo de hora y media: pues ha cortado la loncha del grosor habitual -justo cuando Brody acaba de accionar el chaleco bomba rodeado de toda la jefatura estadounidense- y ha reservado el resto para la siguiente entrega. Los espectadores se han quedado paralizados, mudos por la emoción y por la frustración, pero no les ha dado tiempo a reaccionar porque el charcutero ya estaba atendiendo al siguiente cliente. Pedía cuarto y mitad de queso Corina.