No hay nada que se parezca a la relación entre los lectores y la prensa. Como decía Walter Lippman, no se puede comparar con la que se establece en ningún otro negocio o institución. Para empezar, el periodismo es diferente a cualquier otra actividad económica porque el periódico se vende generalmente muy por debajo de su coste, por ese motivo el criterio ético que normalmente se aplica para juzgarlo es muy distinto al de cualquier otro producto comercial. Al periódico impreso se le exige más, no sólo porque se trata de una necesidad que la sociedad tiene que satisfacer cada día. Informarse y estar informados constituye una aspiración del ser social en su conjunto.

Por poco más de un euro el lector tiene en sus manos un libro que se escribe todos los días: lleva detrás el trabajo de tanta gente que resultaría casi una broma valorarlo en relación a su precio. Se trata, además, de un paquete estructurado y jerarquizado de hechos, opiniones y entretenimiento. La prensa seria -mantener lo contrario es una falsedad- no sólo informa y opina, y ejerce de contrapeso del poder, también tiene una función evasora. Desde hace tiempo todo está estudiado en el diseño clásico de un periódico: por ejemplo, para asegurarse de que los lectores lo ojearán hasta el final, la parrilla televisiva se publica en las páginas que van por detrás.

La exigente relación del lector con la prensa ha traído consigo una fidelidad cómplice, razonada y analítica, frente al caos y el ruido de internet. Resulta tranquilizador comprobar desde el punto de vista de la inteligencia cómo un intelectual del prestigio del sociólogo y pensador Zygmunt Bauman sostiene que, a pesar de valorar como es debido las nuevas herramientas de la tecnología, una de las cosas sólidas que aún aprecia es el periódico y la posibilidad que brinda de leer las historias en papel. Dicho por el autor del concepto de sociedad líquida, esa apuesta decidida por la solidez tendría que ser un acicate para seguir haciendo buenos periódicos y poder compartirlos con los lectores. Sin esa relación estrecha, las sociedades corren el riesgo de ser menos libres.