En una edición reciente del programa, Jorge Javier Vázquez conduce Sálvame con su soltura habitual. Se encamina hacia el regidor, saltándose la cuarta pared, para anunciarle que está incubando una gripe. El técnico le propone ordenancista:

-Tendrás que hacer el programa desde la cama.

El presentador replica a bote pronto:

-Sí, como Onetti

Debe ser la primera vez que se cita al escritor uruguayo en la franja consagrada al ama de casa entre 35 y 50 años encargada de las compras, objetivo primordial de las campañas publicitarias. Los datos de audiencia demuestran que Vázquez no perdió un solo espectador por su alarde literario. Puesto en palabras de Onetti, el presentador "elevó la cabeza en una búsqueda divina en el cielo monótono".

En cambio, un intelectual avisado se dispone a citar a Onetti en una tertulia de análisis político. Sin embargo, sabe que este exceso cultista puede costarle el puesto de tuttologo. Recula, y menciona una frase de Del Bosque en el mismo sentido. No anda errado. Nadie escucharía la disertación de un catedrático universitario sobre un maestro de la literatura, solo Vázquez puede salir indemne de la alusión.

Tal vez Sálvame encarna la "barbarie erudita" de Lichtenberg, y Vázquez es su profeta. Encajan en una civilización que apostrofa el precio creciente de la cultura, pero donde ningún ciudadano ha anunciado que vaya a sacrificar sus conexiones a internet o sus cachivaches, para mantener a toda costa el consumo de productos culturales. Esta actitud equivale a pagar por los derechos de acceso y no ejecutarlos. Tener a Einstein al alcance de la mano sin alargarla o, en una metáfora más cotidiana, abonar el peaje y dar media vuelta antes de entrar en la autopista.

Mientras intentamos demostrarnos que el sexo de la pantalla es un sucedáneo apropiado del sexo de la piel, anunciamos con maldisimulado regocijo que la política de Rajoy nos obligará a recortar el consumo intelectual. El IVA disparatado nos libra de la cultura. Cuesta deslindar los dardos vertidos contra la subida del impuesto de una invocación soterrada del adicto al tabaco, feliz porque podrá abandonar su vicio debido al precio prohibitivo de las cajetillas.

El IVA ha aportado la coartada ideal para una audiencia que ha abaratado sus gustos, y que ha encontrado en la cháchara económica con irisaciones apocalípticas el verdadero sentido de su existencia. El dinero es más apasionante que un libro, más deseable incluso que un libro sobre el dinero. Curiosamente, el Gobierno quería provocar un desapego forzoso, sin advertir que facilitaba la desafección que solo necesitaba una excusa bien armada para coagular.

En su versión cultural, el IVA estratosférico sirve de traslación del "que se jodan" que resume la política del Gobierno y del conjunto de Europa. Este "fuck you" o "kiss my ass", por ponerlo en el idioma selecto que exige un suplemento cultural, era urgente porque los sectores más rancios consideraban insoportable que las clases medias pudieran visitar el mismo MoMA que los privilegiados.

Los gobiernos suprimieron una paga extra para que los ciudadanos desistieran de su voluntad de participar de los placeres culturales reservados a una minoría elitista. La crisis, también cultural, está cuajando en un Novecento de los ricos para mantener alejadas a las masas. El domingo anterior a su ingreso en prisión, Gerardo Díaz Ferrán asistió a una representación operística de Macbeth en el Teatro Real. La distinción al borde del abismo.

Se agradece el esfuerzo innecesario de los gobernantes. Al fin y al cabo, ¿cuántos lectores anuales tiene Guerra y Paz? Susan Sontag recordaba que, si le obligaban a optar entre Bach y Led Zeppelin, se decantaba por el primero. A continuación se revolvía, "¿por qué tendría que elegir?" La contemporaneidad elige lo contrario de ambas ofertas, excepción hecha del oasis de los suplementos culturales, un índice de supervivencia bajo asedio.

Al librarnos de la cultura, nos ahorraremos como mínimo su absurda pretenciosidad moral. En otra escena televisiva, Bárcenas miente con profesionalidad ante las cámaras. Se ha colocado delante de la biblioteca de su domicilio, donde reluce el lomo de un volumen de Fernando Savater. Como se quería demostrar, aunque subsiste un mínimo riesgo de ilustración cuando los compañeros de Belén Esteban le afean su incultura en Sálvame. La princesa del pueblo abandona airada el plató, al grito de:

-¡Me voy a la biblioteca!

El profesor que enviara hoy a un alumno a la biblioteca sería sancionado por malos tratos.