Jorge Bergoglio, elegido ayer Pontífice Francisco, causa desconcierto por ser hijo de San Ignacio y por controversias como superior de la Compañía de Jesús en Argentina

La exclamación "¡Dios mío, un jesuita!" es de cosecha propia, pero podría haber figurado ayer en muchos blogs católicos conservadores si no fuera proque la mayoría de ellos enmudecieron o se refirieron a la elección del Papa Francisco con excesiva condensación de ideas.

No es de extrañar: Jorge Mario Bergoglio es en algunos aspectos un misterio en el interior de una incógnita. Dentro de la propia Compañía de Jesús, orden en la que el nuevo Papa argentino ingresó en 1958, se cuenta aquella anécdota de que sus compañeros, cuando fue superior provincial de Argentina, afirmababan que "nunca le habían visto sonreir". Si la sonrisa es una expresión de la interioridad, ayer, su salida a la "loggia" de San Pedro, al balcón central de la fachada basilical, pudo haber sido una premonición del que será su estilo como Papa.

Se acercó a la balaustrada y saludó levantando un sólo brazo al tiempo que permanecía inmóvil ante la multitud que le aclamaba. Luego, al tomar la palabra, ya relajó su rigidez inicial y una tímida sonrisa, que después se hizo más abierta, afloró en su rostro.

Si se compara la escena con las de sus dos antecesores, las diferencias son palmarias: Karol Wojtyla apoyo sus dos manos con vigor sobre el barandal y exclamó: "¡No tengáis miedo!". Y Joseph Ratzinger, pese a su timidez natural, alzó sus dos brazos y bajo las mangas de la sotana blanca surgió el modesto jersey negro del teólogo.

Pero la primera imagen del Papa Bergoglio, de su adustez personal, contrasta con lo que relataba una filtración obtenida la semana pasada por el vaticanista Tornielli, de "La Stampa", quien revelaba que las intervenciones del cardenal Bergoglio durante las congregaciones generales de cardenales habían sido muy aplaudidas.

Es decir, al tiempo que la figura del bonaerense no ascendía en las quinielas de papables, sus palabras atraían a los cardenales electores. Salvo un par de alusiones a su persona, su perfil entre los vaticanistas y observadores eclesiles ha sido notorimente bajo durante el precónclave. Por ello la sorpresa de su elección ha sido grande, y a esta circunstancia se añade el hecho de que sea el primer Papa latinoamericano y jesuita de la historia.

Y como tal jesuita ha adoptado el nombre papal de Francisco, que en el ranking de los santos de la Compañía de Jesús ocupa el segundo lugar -San Francisco Javier-, detrás de San Ignacio de Loyola. Haberse llamado Papa Ignacio I hubiera sido ya demasido, aunque tampoco se ha de descartar que su referente haya sido San Francisco de Asís.

De hecho, Jorge Bergoglio ha marcado en sus últimos tiempos una firme postura de avanzado en cuestiones sociales y económicas. Ha fustigado con fuerza en sus intervenciones el neoliberalismo y en numerosa ocasiones ha denuciado la postración de millones de latinoamericanos en sus respectivos paéses.

En este sentido, el Papa Francisco se asemeja a las posturas sociales de Juan Pablo II, el Pontífice que le nombró, primero, obispo auxiliar de Buenos Aires (1992): después, arzobispo titular de esa sede (1998), y, por último, le elevó al cardenalato en 2001.

Tal progresión no hubiera sido posible si el Vaticano no hubiera visto en Bergoglio a un hombre de doctrina sólida en materia dogmática, sacramental o moral. Y, en efecto, lo era y los sigue siendo. La presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, le recriminó duramente en 2010 su postura "medieval e inquisitorial" contra el matrimonio homosexual y la adopción de niños por dichas parejas.

Respecto a sus ideas doctrinales, también se le puede considerar un hombre en la senda de Juan Pablo II y su trayectoria como jesuita así lo certifica. Varias fueron su labores dentro del Compañía: profesor, formador de novicios, consultor (asesor) de su provincia jesuítica, y finalmente superior provincial, de 1973 a 1979. Es esa la etapa más problemática de su vida y por dos motivos. Por una parte, en el marco de la Iglesia argentina, que siempre había sido muy conservadora, algunos jesuitas se introducían en el camino de la Teología de la Liberación y de las comunidades de base. Sin embargo, el provincial Bergoglio reclama a los hijos de San Ignacio que no se mezclaran en cuestiones sociopolíticas y que se dedicaran preferentemete a su labor de ministros del Señor. Esa actitud provocó división de opiniones sobre su persona en el marco de la Compañía. Para unos era excesivamente conservador y para otros estaba marcando el camino para restaurar la Iglesia que se había "despistado" tras el Concilio Vaticano II y las conferencias latinoamericanas de Puebla y Medellín, notoriamente progresistas.

Solapado con esas circunstacias surgió también una discusión que ha traído cola casi hasta el presente: Bergoglio fue acusado de simpatizar con las sanguinarias juntas militares que gobernaron Argentina desde 1976 a 1983. Y no solo de simpatizar, sino de colaborar en la detención de elementos suversivos, entre ellos algunos sacerdotes y jesuitas. Bergoglio siempre se defendío tajantemente de dichas acusaciones y nunca fue llamado ante un tribunal tras la dictadura militar.

Ayer, en la Capilla Sixitina, el argentino logró 77 o más apoyos, circunstancia que recuerda cómo en el cónclave de 2005 llegó a los 40 y, con lágrimas en los ojos, pidió no ser votado, con lo que Joseph Ratzinger se convirtió en Benedicto XVI. Aquella huella se reactualizó ayer y los cardenales han visto en él a un hombre con inteligencia, dotes de mando y decisión para gobernar la barca de Pedro y la atribulada curia vaticana.

Jesuita austero, de vida discreta en un apartamento y no en el Palacio Episcopal, que viaja en transporte público, lee a Borges, Marechal y Dostoievsky, y ama la ópera casi tanto como el fútbol, el desconcierto que ha producido su elección prodría basarse en aquella aseveración de que el más conservador de los jesuitas puede ser mas peligroso que el más liberal de un grupo eclesial conservador.