Recuerdo que en el otoño de 1958, todavía en mi primera juventud, tuve conciencia de ser testigo por primera vez de la muerte de un Papa y de la elección de su sucesor. El Papa fallecido era Pío XII, quien había sido llamado a la sede romana relativamente joven. A sus 63 años, el enjuto italiano Eugenio María Pacelli, se había impuesto a otros papables, entre los que se encontraba el quebequés, Jean-Marie-Rodrigue Villeneuve, uno de los cuatro cardenales de América del Norte. Por entonces la curia no tenía cardenales africanos, pero sí un asiático y sólo dos latinoamericanos. La gravedad ceremonial de los funerales de Pío XII, de tanto peso en la España del medio siglo pasado, la rápida elección de Juan XXIII, el "Papa Bueno", y su inmediata acción renovadora, borraron de mi juvenil ánimo las preocupaciones por los intrincados corredores que conducen al papado.

Más de medio siglo después y con la experiencia de haber visto la sucesión de los cuatro Papas que siguieron a Pío XII, mi católica curiosidad me conduce a husmear entre los actuales papables para considerar cuál de ellos es el más deseable para el bien de la Iglesia, según mi humilde entender.

Por lo pronto, convengamos en que el escenario poco tiene que ver con el consistorio que eligió a Pío XII. Ahora los electores africanos son doce, los asiáticos, incluida Oceanía, son once, los americanos -Norte y Sur - suman treinta y tres y los europeos sesenta de los cuales veintiocho son italianos. Un dato nada desdeñable.

Después de nueve Papas desde el siglo XX hasta la fecha, observamos que los siete primeros fueron italianos y los dos últimos polaco y alemán. Y lo cierto es que para la catolicidad y su necesario diálogo con otras confesiones tampoco nos ha ido mal con los dos últimos.

Confieso que por el propio carácter católico -universal- de la Iglesia, abrir la sede romana a figuras capaces, por su formación, experiencia y espiritualidad, provenientes de fronteras más allá de las europeas, bien podría enriquecer la identidad de una institución llamada al servicio de toda la humanidad.

Se da la circunstancia ahora que, como en 1939, en el cónclave que eligió a Pío XII, se baraja como papable la figura de otro canadiense, el que quebequés Marc Ouellet, de 68 años, de rica experiencia eclesial, rigor doctrinario y reconocida espiritualidad. Su elección no sería una mala noticia, como tampoco lo sería uno de los prelados iberoamericanos -y por qué no un africano o asiático- que de manera tan cercana conoce la evangelización en las circunstancias más difíciles.

En cualquier caso, como ocurrió con Juan XXIII, confío en que el Espíritu Santo nos reserve una grata sorpresa.

*Cónsul General de Ecuador