El expediente de destitución de Rodríguez-Sol, fiscal general de Cataluña, tiene toda la pinta de ser un aviso a navegantes. Torres Dulce, fiscal general del Estado, cumple las orientaciones del gobierno al que se debe, y en este caso lo hace con voluntad más disuasoria que proporcionada. El afectado defendió el derecho a consultar a los catalanes su opción de futuro siempre que se haga por los cauces legales previstos en la Constitución. Sorprende que primar la legalidad sea motivo de sanción, pero se ha elegido un mensaje de tolerancia cero a cualquier "comprensión" por parte de los servidores del Estado. La causa aparente del expediente será la inoportunidad de toda declaración "politica" en boca de un fiscal, pero nadie duda de que la causa real es una advertencia indubitable a todos cuantos siguen representando al Estado en aquella comunidad.

Habrá quien celebre estos ucases, pero son un error. A los soberanistas catalanes no hay que darles argumentos contra la intolerancia del Estado, sino quitárselos con moderación en las formas y firmeza no justiciera en la defensa constitucional, mientras la norma básica no sea modificada (que podría serlo). Las palabras y los gestos son peligrosamente aplicables a conveniencias de parte. Ahí está Oriol Junqueras chantajeando a CiU para que culpe a España de los nuevos recortes y sacrificios en una economía paralizada por la mala administración y las presuntas corrupciones locales. Junqueras quiere la palabra, supremo instrumento de propaganda, y desdeña los hechos que mantienen a los barceloneses en incesantes manifestaciones de protesta. Pero esa postura es tan insostenible y ridícula como si el resto de los españoles culpase a Cataluña de sus penalidades en la crisis. Lo malo es que el sentido crítico suele decaer bajo la demagogia.

La segregación de Cataluña se parece al tiro de un bumerán. Artur Mas se está quedando sin partido en favor de Esquerra, y cuanto más incida en iniciativas separatistas más "gloria" arrimará a Junqueras en los sectores afines a la cosa. Este personaje amenaza con precipitar nuevas elecciones -las terceras en el plazo de una legislatura- si el president no le sigue el juego al pie de la letra. Es su mejor arma para apropiarse indebidamente del nacionalismo moderado y constitucional. Pero a esa arma se opone la réplica latente de que la Unió de Durán y Lleida rompa el vínculo con Convergencia y remueva los pactos de mayoría parlamentaria. Nunca se sabe qué piensa realmente Durán, ni si sus palabras y posiciones son algo más que parte de un juego excluyentemente catalanista. Pero está siendo hostigado por el dueto Mas-Junqueras, y si se enfada no tiene más que girar la llave. De momento, la destitución de Rodríguez-Sol es el primer gesto de intransigencia del gobierno popular frente a las muchas tácticas que tratan de evitar a Mas y a CiU volcarse del todo en una causa imposible.