En fecha reciente he visto en la prensa una fotografía que no ha dejado de llamarme la atención. Era de una pancarta reivindicativa a favor de de la sanidad pública, exhibida en una manifestación el pasado domingo, 17 de febrero. Junto al lema lucía el símbolo del colectivo sanitario "Pro Sanidade Digna. Ourense" con la silueta del Puente del Milenio, identificando nuestra ciudad con esa obra de ingeniería del año 2001.

La imagen inmediatamente me hizo recordar otros logotipos, como el de la "Asociación de Enfermos de Crohn y Colitis Ulcerosa de Ourense", que incluye el mismo puente. También vuelven a mi memoria "flashes" sueltos con imágenes que ilustran calendarios de pequeños establecimientos comerciales de la "Ciudad de As Burgas", con fotografías de aquel puente.

Recordemos, además, el anuncio televisivo de una cadena de supermercados (la que nos recomienda que "vivamos como galegos") donde aparece la Torre de Hércules, la Peregrina, la muralla de Lugo? y el Puente del Mileno.

Entonces, una por una, me parecieron ocurrencias individuales, elecciones personales que optaban por un elemento subjetivamente bonito, algo así como los cachorros de mascotas de los calendarios. Pero ahora creo que no es así.

Los logotipos, emblemas y otros distintivos gráficos, suelen ser elementos identificadores de empresas y colectivos. Incluso, de ciudades o países. De todos es conocido el "toro" de esa fábrica de bebidas espirituosas con el que algunos quieren identificar a España, el "oso" ruso o el "león" británico.

Quizá las identificaciones colectivas estén cambiando, propiciando el uso de nuevos símbolos. No sé si actualmente es más fácil para los jóvenes asociar a los Estados Unidos con la "M" del conocido establecimiento de hamburguesas -no digo ya con aquella marca de bebidas refrescantes con sabor a cola- que aquel Tío Sam que presidía todas las acciones exteriores norteamericanas desde finales del siglo XIX. Me parece que para ellos es más representativo de Japón la Cultura Manga que la silueta del monte Fuji (el "Fujiyama") con el Torii sintoísta que insistentemente se nos proporcionaba en occidente para representar todo lo japonés.

En días pasados tuve la ocasión de ver una colección de cincuenta y dos monedas, emitidas por la Real Casa de la Moneda y dedicadas a las capitales de provincia y ciudades autónomas. En el anverso aparece el escudo heráldico de cada una de ellas, junto con su nombre la palabra España con la "ñ" remarcada, otro símbolo actualmente consolidado. En el reverso están mayoritariamente representados los elementos representativos de patrimonio cultural de cada una de ellas. Por citar el caso de las cuatro capitales de provincia gallegas, como en aquel anuncio de la cadena supermercados, la de A Coruña contiene la Torre de Hércules, la de Lugo la muralla y la catedral; la de Pontevedra, la iglesia barroca de la Peregrina. ¿Y la de Ourense?. Pienso que muchos de nosotros esperaríamos ver el Puente Romano, el Santo Cristo o As Burgas, como dice la canción popular. Pues no. Lo que está representado es el Puente del Milenio.

Desconozco como se han tomado esas decisiones en la Real Casa de la Moneda, si fue motu proprio o a propuesta de cada ciudad. El caso es que también existen otras excepciones significativas. En la de Valencia aparece el "Palau de les Arts Reina Sofía", de Calatrava. En la de Tenerife, el auditorio "Adán Martín", también de Calatrava. Bilbao, como no, está representado por el museo Guggenheim. Para la ciudad de Sevilla se ofrece una selección diacrónica, mezclando en el reverso la Giralda y la Torre del Oro con puentes de diseño contemporáneo.

¿Acaso Valencia, Tenerife o Bilbao carecen de elementos representativos -digamos identificadores- del patrimonio cultural?. Evidentemente no. Quizá el problema resida en que la investigación está excesivamente convencida de que sólo éste, el patrimonio cultural, tiene la capacidad de actuar como elemento de identidad de un colectivo humano, sin reparar en nuevos símbolos que son rápidamente asimilados, por muy recientes que sean. El fenómeno no es nuevo. Contamos con numerosos ejemplos. Recordemos la Torre Eiffel, de 1889, que si bien fue inicialmente criticada, pronto se convirtió en símbolo universal indiscutible de París. Lo mismo ocurre con el puente de María Pía en Porto (construido por la empresa de Eiffel en 1877), inseparable de cualquier imagen representativa de la ciudad portuguesa. ¿Qué sería de la iconografía de San Francisco sin el Golden Gate, de Sydney sin su edificio de la Ópera, o de Redondela y Os Peares sin sus puentes de ferrocarril?.

En cuanto que el Puente del Milenio, protagonista de esta reflexión, empieza a emerger como una nueva iconografía representativa de la ciudad en algunos colectivos ourensanos, no ya sólo como fruto de iniciativas individuales, y su uso para este fin empieza a alcanzar una dimensión social. Incluso en la publicidad municipal, donde aparece junto a la iglesia de A Trindade.

Y este hecho parece indicar el desplazamiento de aquellos otros elementos que si son tradicionalmente considerados como símbolos de la ciudad auriense, uno por uno o en conjunto. Nos referimos otra vez, como no, al Puente Romano, a As Burgas y al Santo Cristo. Los dos primeros no sólo forman parte de nuestro imaginario colectivo, sino que oficialmente se incluyen en el catálogo de nuestro patrimonio y fueron declarados Bien de Interés Cultural, lo que los eleva a la mayor categoría posible.

En consecuencia, este puente del Milenio que tímidamente parece comenzar a sustituir, o al menos a convivir, con los elementos tradicionales, debería cumplir, a nuestro entender, tres propiedades o contenidos básicos, que no están suficientemente consolidados: capacidad emblemática, simbólica y colectiva. Evidentemente es una construcción muy llamativa, pero creemos que aún no es icónica (emblemática), que parece representar para algunos el progreso y la modernidad de Ourense (simbólica) y que empieza a ser asumida por grupos profesionales o sociales (colectiva). Yo, por mi parte, no me atrevo a manifestarme al respecto, sobre todo viendo los ejemplos en uno y otro sentido que citamos líneas atrás. Reconozco estar cómodo desde una posición de mero observador, llamando simplemente la atención sobre un hecho que, según creo, empieza a saltar de lo particular a lo social.