A Arcadi Espada

Recibí hace unos días una crónica -"Esta es una difamación"- de mi buen amigo, maestro de articulistas, Manuel Morales do Val, en la que ponía en su sitio, vagamente hacia los estercoleros, al alcalde socialista de Tordesillas (Valladolid) pueblo famoso por celebrarse allí la cobarde, bajuna, cruel, antiestética, antiética y miserable fiesta, es un decir, del Toro de la Vega. Supongo que si no la han prohibido será por el "derecho a decidir", al parecer inalienable, que tienen los pueblos, las naciones, las comunidades de vecinos, las tribus, los ordenancistas y los controladores aéreos. Y es que con eso del derecho a decidir se pueden inflar globos de múltiples colores.

En este país, enfermo de logomaquia, vehemencia y buenrollito, cualquier eslogan que suene bien y evite la dificultad de pensar tiene muchas probabilidades de alcanzar rango de ley. Cuando los terroristas asesinaron a Ernest Lluch, la grey progresista y nacionalista se manifestó en Barcelona exigiendo "diàleg ja¡". Diálogo, sí, con los propios asesinos de Lluch, manda narices.

Los mismos equidistantes han encontrado ahora otro eslogan perfectamente adaptado a sus miserias políticas e intelectuales: el derecho a decidir. El derecho a decidir la independencia de parte del territorio de una vieja nación es, pretenden, el rasgo distintivo y definitorio del perfeccionamiento democrático. Lo cual, dicho sea en breve acotación, significaría, si fuera cierto, que ni Francia, ni Alemania, ni Italia, ni Portugal, ni Holanda, etc., son países acendradamente democráticos pues allí hay asuntos que no pueden decidirse ni por la vía del fuero ni por la del huevo, verbigracia, la independencia de la Catalogne, de Baviera, de Sicilia, del Alentejo o de Zelanda. Es sencillamente así y bien está que así sea toda vez que ninguno de esos territorios puede considerarse colonia. Tampoco en España hay colonias y siendo su democracia garantista como pocas respecto a múltiples peculiaridades sobran los referéndums basados en el inexistente derecho a decidir agravios irreversibles contra España ¿Alguien en su sano juicio defendería el derecho del pueblo español a expulsar de nuevo a los judíos? Sin embargo, dislate de parecido calado se está proponiendo incluso con manifiestos de por medio: el derecho a decidir la expulsión de España y sus instituciones de Cataluña en un juego irreversible. Para unos, no para otros.

Si se gobierna por imperativo popular, las decisiones para elegir candidatos, opciones o alternativas deben tomarse colectivamente. Las decisiones colectivas solo podrán apoyarse en decisiones individuales de quienes componen "el pueblo". Será necesario, de una u otra forma, agregar las decisiones individuales en una o varias decisiones colectivas respecto a la/s alternativa/s propuesta/s. Ahora bien, en presencia de al menos dos votantes y tres alternativas, según el teorema de imposibilidad de Arrow, el más importante de las ciencias sociales, no existe mecanismo o regla de elección social -ni siquiera los distintos procedimientos de voto- que satisfaga varias condiciones razonables en democracia (entre ellas, la ausencia del "votante dictador" cuyo voto sería decisivo) aplicables en general a criterios de decisión individual. Los votos son decisiones individuales cuya agregación para alcanzar una decisión colectiva coherente sufre una imposibilidad lógica si se respetan principios axiológicos comúnmente aceptados en las sociedades civilizadas.

Frente a las críticas, los sucesores y discípulos de Arrow (Gibbard, Satterthwaite, Bossert, etc.) utilizaron incluso hipótesis más simples y minimalistas para llegar prácticamente al mismo resultado lo que le confiere una fuerza aun más lapidaria. El teorema de Gibbard-Satterthwaite (1973) afirma que un conjunto de electores manipularán el resultado votando un sufragio que no refleja su verdadera opinión. Por el contrario, el "Teorema del referéndum" esconde todas las dificultades para salvar la incoherencia de algunas decisiones presentando solo dos opciones (x, y) con dos tipos de sufragios posibles (prefiero x, prefiero y) sin excluir en algunos casos una sola opción (x) también con dos sufragios (sí x, no x). En este caso, el criterio de la mayoría es, por su simplismo, el único no manipulable por parte del votante. Pero no así por quien propone el referéndum. Por ello, los referéndums gozan de las preferencias de dictadores y autócratas: la opción propuesta oculta los matices y la complejidad de una sociedad supuestamente democrática rica en alternativas. A la opción única "Desea que Cataluña sea un estado independiente dentro de la Unión Europea (UE)", que se decidiría por "sí" o "no", cabe contraponer varias alternativas. Si se proponen como mínimo tres opciones -para que los electores, mucho mejor informados en este caso, escojan- no se aplica el Teorema del referéndum sino el de Arrow o el de Gibbard-Satterthwaite. Por ejemplo, si se propusiera escoger a cada votante una alternativa de la lista siguiente. "¿Desea que Cataluña sea un estado independiente tanto fuera como dentro de la UE?", "¿Desea que Cataluña siga formando parte de España y de la UE pero mejorando su régimen fiscal?", "¿Desea que Cataluña mantenga su nivel de solidaridad con las regiones menos desarrolladas de España de las que descienden la mayoría de catalanes?", "¿Desea que Cataluña tenga un estado propio aunque disminuya su nivel de vida?", "¿Desea que Cataluña tenga estado propio soportando enormes gastos fijos para hacer viable su soberanía?", "¿Desea que mejoren las relaciones entre Cataluña y el resto de España para que los españoles compren más productos catalanes?", etc.

Con varias alternativas a elegir, tres al menos, la conclusión lógica es que la decisión colectiva resultante solo será coherente introduciendo la "hipótesis del dictador". Hipótesis que, digo yo, ningún demócrata puede aceptar. Por tanto, desde el punto de vista estrictamente lógico -cosa distinta es el empirismo social- fórmulas de tipo "derecho colectivo a decidir", "voluntad general", "gobierno del pueblo" son expresiones plenamente demagógicas o, en el mejor de los casos, retóricas.

Empero, a lo que se nos quiere obligar es algo aun mucho peor: un juego que se repetirá tantas veces como sea necesario (referéndums a medida) hasta que España pierda definitiva e irreversiblemente una votación.

*Economista y matemático