Eran antitéticos. Fernando, leñero, repartiendo estopa, como hacía cuando jugaba al fútbol como semiprofesional en equipos de tercera o segunda división, como el Langreo o el Ourense, y ya jubilado, en los partidos semanales con su pandilla de amigos. Ana, todo dulzura, como madre de familia numerosa, amante profesora de niños y pintora del detalle.

Si un habitante del espacio, después de vagar por el universo, llegase a la Tierra, cayera en su casa y contemplase las obras de ambos, sin necesidad de explicaciones previas, llegaría a la conclusión de que poblaban la Tierra dos tipos de seres. Uno de apariencia rústica, representado por los paisanos de Quesada, con aperos de labranza, carros tirados por vacas y resignados al albur de la meteorología y las circunstancias. Otro, un ser tenue, casi sublime, en actitud hierática, que representan las vírgenes de Ana Legido.

Ambos están, en cierto modo, simbolizados en sus personajes, los tipos que plasman en los cuadros y dibujos. Fernando Quesada representa el paisano, con todas sus características –humildad, laboriosidad, picardía–, que se enfrenta a la vida con un deje de resignación, porque sabe por experiencia que será dura. Ana Legido es la dulzura, el aire infantil, pero al mismo tiempo el amor al detalle, a la perfección que traslucen sus cuadros.

Pero las diferencias en este caso no son disgregadoras, sino la base de la complementariedad. Desde que se conocieron en el Ourense natal, de estudiantes, con la vocación artística como argamasa, estaban llamados a ser inseparables. Y lo fueron desde que se casaron cuando Fernando se hizo funcionario.

Vigo era el destino. Como buenos ourensanos acabaron en la ciudad y se transformaron en excelentes vigueses. Llegaron al comenzar los sesenta, en los años dorados, con la Zona Franca en los inicios y con Citroën que tomaba impulso, todavía sin reconversiones en los astilleros y apenas en la conserva. Con un Vigo que se proclamaba urbe industrial y poblada de personajes sonoros del ámbito cultural.

Su casa comienza a convertirse en la posada de los artistas ourensanos que veían en Vigo el maná, como declaraba la propia Ana.

Fue en el año 1961, cuando Fernando –la explosión artística de la familia Quesada aún no se había producido– llegó una tarde a la Casa del FARO, preguntó por el director del periódico, y le condujeron al despacho de Díaz Jácome, quien escuchó su propuesta de colaboración y se quedó con el dibujo que llevaba en una carpeta. Era una caricatura del primer ministro soviético, Nikita Kruschev. Al día siguiente aparecería publicada en el FARO.

Desde entonces, y hasta hace un año, los chistes de Quesada ocuparon un lugar central. Hasta el extremo de que muchos lectores los consideraban editoriales. Eran el mensaje cotidiano, lo primero que se buscaba en sus páginas, en forma de sonrisa. Nunca en la larga historia del periódico, salvo en la etapa de Castelao –1926-1933–, un dibujante ejerció tanta influencia sobre los lectores. Ni los dibujos de Federico Ribas ni los de Maside y la pléyade de grandes artistas que dejaron su obra en las páginas del decano de la prensa española, pueden comparársele.

Entre tanto, Ana Legido, daba seis hijos al mundo –tres mujeres, tres varones–, impartía clases –había estudiado Magisterio–, y pintaba. Era un personaje entrañable, con sus sombreros graciosos, entre decadentes y vanguardistas. Sus cuadros llamaban la atención por su exquisitez y perfección, con un fondo de ingenuidad poética.

Llega la primera exposición en la galería de Caixa Vigo, donde tantos artistas gallegos durante las últimas décadas se han estrenado y comenzado el camino artístico. Nuevas exposiciones por diversas ciudades gallegas, y la de la galería Durán –una de las grandes– de Madrid. Es el éxito.

Como hicieron tantos pintores en el último siglo, se integra en un grupo de artistas afines. Ella lo hará en el de "Ingenuistas de España". Es con María Antonia Dans y Mercedes Ruibal de las pintoras gallegas más reconocidas. Son tiempos de vino y rosas.

Pero en los años ochenta –los de la movida viguesa–, cuando la familia vivía en pleno éxito, y Ana, Fernando y los Quesada –Xaime, Antonio– estaban en la cima artística, la dureza de la vida llamó a la puerta y llegaron los golpes. Muere primero su hijo Fernando, un pianista con un porvenir brillante, y después Popy, una pintora con futuro, que meses antes había expuesto también en Caixa Vigo, con el aplauso generalizado.

Ana Legido se revela como la mujer en plenitud, que sabe disfrutar del bienestar y enfrentarse al dolor, que conjuga las virtudes de la delicadeza y la fortaleza, capaz de sacar la familia adelante y de arrostrar las dificultades. La muerte de sus dos hijos fue un golpe tremendo, pero no la doblegó.

La vida sigue, y en los noventa llega el triunfo de Marieta, a quien el gran periódico francés "Le Figaro" dedica un amplio reportaje y alaba su pintura. Y Ana disfruta con los fulgores de su otra hija pintora.

En los últimos años, la vida la vuelve a poner a prueba. Fernando comienza a sufrir el mal de Alzheimer. Los homenajes que se le rindieron el pasado año ya no contaron con su presencia, pero Ana sí quiso estar. Se la vería muchos días en la galería de exposiciones de Caixanova, durante la exposición antológica de su marido. Desde entonces ya no volvería a acudir a ningún acto social. Estaba entregada a cuidar a Fernando, que sigue entre nosotros sin estar.

El lunes Ana nos dejó. Quedan sus cuadros para iluminarnos y los lienzos y dibujos humorísticos de Fernando, capaces de regalarnos una sonrisa y una reflexión.