Don José Fernández Gallego tan amante de todas nuestras cosas no perecederas y de cuantos orensanos nos dejaron alguna gloria, en 1948 nos ofrecía lo mejor de lo que se ha podido recoger de la producción poética de José García Mosquera, que sin duda ya estaría olvidado aún entre nosotros si no fuese por la traducción gallega del Beatus ille; sólo por ella tal vez nunca podrá serlo mientras exista memoria, que siempre existirá, de la más popular oda horaciana.

No es que el resto de su obra sea malo, o poco apreciable, sino casi todo bueno y de subido precio, pero es que harto se sabe que en la poesía lo malo ni siquiera lo bueno queda sino lo óptimo y todos están conformes en que verdaderamente óptima es esa versión del Beatus Ille, mil veces traducido a todas las lenguas y parafraseado infinitamente por casi cuantos poetas buenos y malos lleva habido desde entonces y al parecer de no pocos con mejor fortuna en la muestra que en ninguna otra..

Sin duda que García Mosquera tuvo para su versión no sólo delante el original, por mucho que de memoria los pusiese y por las mil veces que de viva voz lo llevase glosado, sino también las malas señaladas versiones y paráfrasis castellanas y acaso bastantes extrajeras, de las cuales debió aprovechar para la suya, naturalmente lo que mejor le pareció, como harto se deja ver, pero con tal gusto y arte, que es difícil de creer que ella desmerezca al lado de las más celebradas en las diferentes lenguas, ni tal vez poco o nada del mismo original, como de hecho en algún verso que otro algunas traducciones al parecer le han sobrepujado, al igual que de esta podemos afirmar los gallegos; aunque no se puede afirmar que sin ayuda e inspiración de las traducciones allegadas, sin que por eso nadie pueda atreverse a decir que es poco original, sino mucho y hasta en todo.

A los gallegos bien nos podía parecer que esta ya traducción clásica entre nosotros vence al mismo original en algunos versos y hasta en bastantes, ya que no en aquel inimitable desenfado y aquella sin igual ironía, imposibles de traducir ni de seguir igual que Horacio, sí en fuerza y brío y en corazón nos ha mostrado, con otros que nunca fueron muchos y siempre los más escogidos en el silencio fecundo, cuanta gloria se puede alcanzar en los trabajos que parecen los más humildes y lejos de barafundas, y cuanto se le debe al que no deseoso de novedades se decía entero al cultivo del pequeño pero propio huerto.

García Mosquera es uno de nuestros grandes poetas. En las traducciones hace gala de una maestría consumada y de una imaginación riquísima. Casi es inconcebible que un preceptista profesional, un maestro de retórica tuviese siquiera una vez aliento tan grande y espíritu tan exquisito y se sintiese tan libre de las usuras de la métrica y echase a volar de pronto en las alas de la más copiosa y ardiente fantasía. Se trata de un maestro de espíritu modesto y profundo, heroico o "escuro" de callado y robusto magisterio, de diligente y rico cultivo de la heredad propia, corta pero tan amable, ejemplar y digna de memoria.