Menos sueldos, más impuestos, menos gasto en educación y medicinas, más facilidades para despedir y –en resumen– menos fado y más deslomarse en el curro: tal es la receta con la que la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional van a aliviar a Portugal de sus penas económicas. Con amigos así, casi no hacen falta enemigos.

Otra opción no les quedaba ya, por desgracia, a nuestros vecinos portugueses, una vez que sus gobernantes decidieron tirar la toalla y dar por perdido el combate contra la deuda. Ahora toca pagar rescate a los salvadores.

Los paladines ya no son lo que eran. Antes acudían a rescatar doncellas en apuros sin esperar otro premio que un pañuelo o cualquier otra delicada prenda de la princesa salvada del dragón. Nada que ver con los modernos rescatadores de la UE y el FMI: gentes vestidas de cobradores del frac que exigen diezmos, privaciones y hasta una libra de carne como la del mercader veneciano Shylock a cambio de salvar a un país de la quiebra. Aunque a veces no lo salven y el barco siga zozobrando, tal que ocurre en Grecia un año después de su incautación por los servicios de socorrismo financiero.

Nadie podrá decir que las autoridades portuguesas dejasen de hacer todo lo posible para evitar este rescate que más bien parece un castigo. Hasta cuatro durísimos planes de ahorro llegó a poner en práctica el gobierno presidido por José Sócrates antes de rendirse a la ley de los mercados y a la mismísima evidencia. Congeló sueldos, subió el IVA a alturas casi mareantes para la buena marcha del comercio, redujo derechos laborales y hasta puso peaje a las autovías en su ávida búsqueda de dinero para tapar pufos. Desdichadamente, todo fue inútil. El temido naufragio se produjo y ya no hay manera de demorar la arribada de los rescatadores.

Las tropas de salvamento llegan ahora con 76.000 millones de euros y un montón de exigencias. Una vez asumido el mando de la nave, los prestamistas han trazado un rumbo que acaso convierta en galeotes forzados a los trabajadores de nuestra vecina república. Serán ellos –como en su día los griegos– quienes tengan que hacerse cargo de la penosa tarea de remar para que su país salga del bajío de endeudamiento en el que ha encallado: y no exactamente por su culpa. Poco importa eso, una vez establecido que siempre son los mismos quienes han de pagar las consecuencias de cualquier naufragio.

Prueba de ello es que gran parte de la millonada puesta a escote por la UE y el FMI se destinará a recapitalizar los bancos portugueses, por si sus dueños anduviesen cortos de efectivo en la cartera. Mientras los magos de las finanzas cobran su parte del rescate, los que las van a pagar todas juntas son los curritos a quienes se les congelará el sueldo, la pensión y hasta el ánimo. Pagarán también con la pérdida de derechos laborales y con la reducción de prestaciones en servicios que hasta ahora parecían intocables, como la educación y la sanidad, aunque –paradójicamente– sus rescatadores les suban a la vez los impuestos.

Un antiguo proverbio castellano aconseja poner las barbas en remojo cuando están rapando las del vecino, aunque no parece que eso sea necesario en las actuales circunstancias. Más que las barbas, lo que le están afeitando a nuestros amigos portugueses es el gaznate; pero aun así no es probable que España deba pasar por el mismo trance de barbería.

Ninguna razón hay para ese temor, una vez que el Gobierno de Zapatero se ha adelantado a los deseos de sus acreedores sin más que rebajar sueldos, helar la nómina de los pensionistas, abaratar el despido y hacer más o menos lo mismo que ahora le exigen por la brava a Portugal los servicios de rescate de la UE y el FMI. Sólo falta saber quién rescatará del desempleo a nuestros cinco millones de parados, pero tampoco vamos a entrar ahora en minucias. Ya se les ocurrirá algo a los barberos de Europa.