La mejor forma de no dar pie a un debate es hacerlo pasar por muy técnico. Pero hay otra forma más insidiosa de acallarlo, y casi tan eficaz, consistente en ceder la palabra a todo el mundo para que la cacofonía se instale en el ambiente y nadie se entere de nada. En economía, a la par que en medicina, se cae en dos extremos: el de la tecnicidad a ultranza y el de barra de bar. Conviene aclarar al respecto que la física cuántica, la cosmología, la biología computacional y la economía comparten la dificultad de que el objeto es más complejo que los medios de que disponen para estudiarlo.

Los investigadores parten de hipótesis para explicar observaciones; en un segundo tiempo, comprueban empíricamente las hipótesis sirviéndose de algún test adecuado. Aunque en las ciencias físicas o naturales se observan irregularidades -terremotos, eclipses, olas centenarias, erupciones volcánicas, nevadas en verano, maremotos, etc.- los test son posibles gracias a la regularidad intrínseca de los fenómenos. Cuando la regularidad es la norma -por ejemplo, la rotación de la Tierra sobre su eje y alrededor del Sol o el flujo y reflujo de las mareas- los test permiten refutar o confirmar las hipótesis. Siguiendo la senda metodológica de las ciencias que la precedieron, la ciencia económica también levanta teorías para explicar la interacción y relaciones causales de las variables entre ellas. Sin embargo, por diversas razones, no siempre es fácil efectuar los test que validan empíricamente el modelo teórico. Comprobar la fiabilidad de las ruedas de un automóvil en repetidos test de adherencia o resistencia entraña una facilidad que no se da en economía. El mayor obstáculo proviene de que la economía muestra escasas regularidades, o son distantes en el tiempo, junto con la heterogeneidad de los elementos que se manipulan.

En cualquier caso, de los seguros a la energía pasando por las telecomunicaciones y el deporte hasta las autopistas o la emisión de anhídrido carbónico, el comercio de droga, el precio de un billete de tren o de un hectolitro de agua, abundan los campos donde los economistas son capaces de dar respuestas atinadas a los problemas que les plantean. Sin embargo, corre por ahí una "boutade" maledicente que define al economista como alguien que os dirá mañana porqué no sucedió hoy lo que había previsto ayer. Puestas así las cosas, algunos, quizás aleccionados por la tradición de la China imperial -que obligaba a cada médico a tener perpetuamente encendida en la puerta de la consulta una vela por cada paciente que se le hubiese muerto- exigen la publicidad de los errores de los economistas ¿Qué errores? Si se refieren a las previsiones, estimaciones cifradas de variables económicas que se acompañan siempre de un margen de error, sólo atañen al corto plazo; más allá, para las proyecciones de medio o largo plazo, se entra en la programación/planificación o la prospectiva. Pero incluso en el corto plazo las previsiones económicas son mucho más difíciles que los diagnósticos médicos, los cuales aun acertando no pueden evitar el fallecimiento del paciente.

El ámbito predictivo de la ciencia económica, que dispone de una infraestructura matemática tan sofisticada como la de la física, ofrece pocas certezas y las conclusiones cifradas fiables y definitivas constituyen la excepción. Lejos de echar las campanas al vuelo, hay que aceptar que la ciencia económica propone, esencial y modestamente, un marco de reflexión en el que no siempre impera el consenso. Los modelos teóricos, puras simplificaciones de la realidad, son incapaces de fundamentar adecuadamente situaciones de equilibrios múltiples ni anticipar cambios en los comportamientos de los agentes y en las asimetrías de información. Pasarán muchos años, si es que alguna vez se consigue, antes de construir modelos que tomen en cuenta los cambios de estrategia de los agentes y las variaciones y asimetrías informativas y conductuales corrientes y futuras. En este sentido, la modelización económica es más difícil incluso que la del clima. Todo ello complica enormemente el oficio del economista. Y puesto que las previsiones son difíciles y los modelos macroeconómicos basados en anticipaciones racionales harto rústicos, los economistas gubernamentales, y los de las grandes instituciones internacionales, deberían ser más modestos o, si se prefiere, menos sectarios.

El marco de reflexión que ofrece la ciencia económica sólo es válido en situaciones normales, cuando la linealidad es la tónica dominante de manera que el pasado se prolonga en el futuro sin saltos ni discontinuidades. Las previsiones funcionan, siempre con un intervalo de error, cuando hay cierta continuidad o linealidad. Hoy día, con la globalización/mundialización y los contagios de mercados que impulsa, en lugar de evolucionar suavemente de un equilibrio a otro el entorno económico exhibe situaciones de equilibrios múltiples: se puede saltar brutalmente de un equilibrio económico/real y financiero a otro. No porque el entorno objetivo de la economía se haya transformado -como sucede, por ejemplo, como consecuencia de una guerra o una mala cosecha- sino simplemente porque ha habido modificaciones en las anticipaciones. Ex post, este equilibrio diferente confirma la anticipación que deviene autorrealizable.

En un entorno de equilibrios múltiples y anticipaciones autorrealizables, pequeños choques o pequeñas modificaciones de las anticipaciones con efecto contagio pueden desencadenar crisis graves. En esta situación, lo mejor es ceder la palabra a los expertos en Historia de las ideas y los hechos económicos que, bien nutridos de análisis económico, están más habilitados que el resto de la profesión para observar las similitudes y diferencias con crisis precedentes aprontando las enseñanzas de la experiencia adaptada a la situación presente. En el contexto económico vigente de poco valen las ecuaciones, lo que cuenta es la cultura económica y los reflejos del buen economista aunque el FMI, el Ministerio de Economía, la Comisión de Bruselas, el Banco Mundial, la OCDE o los fantasmas de Kantorovich y Debreu enviados a la Tierra –dos de los mejores economistas matemáticos que han existido- quieran imponer sus criterios.

*Economista y matemático

La mejor forma de no dar pie a un debate es hacerlo pasar por muy técnico. Pero hay otra forma más insidiosa de acallarlo, y casi tan eficaz, consistente en ceder la palabra a todo el mundo para que la cacofonía se instale en el ambiente y nadie se entere de nada. En economía, a la par que en medicina, se cae en dos extremos: el de la tecnicidad a ultranza y el de barra de bar. Conviene aclarar al respecto que la física cuántica, la cosmología, la biología computacional y la economía comparten la dificultad de que el objeto es más complejo que los medios de que disponen para estudiarlo.

Los investigadores parten de hipótesis para explicar observaciones; en un segundo tiempo, comprueban empíricamente las hipótesis sirviéndose de algún test adecuado. Aunque en las ciencias físicas o naturales se observan irregularidades -terremotos, eclipses, olas centenarias, erupciones volcánicas, nevadas en verano, maremotos, etc.- los test son posibles gracias a la regularidad intrínseca de los fenómenos. Cuando la regularidad es la norma -por ejemplo, la rotación de la Tierra sobre su eje y alrededor del Sol o el flujo y reflujo de las mareas- los test permiten refutar o confirmar las hipótesis. Siguiendo la senda metodológica de las ciencias que la precedieron, la ciencia económica también levanta teorías para explicar la interacción y relaciones causales de las variables entre ellas. Sin embargo, por diversas razones, no siempre es fácil efectuar los test que validan empíricamente el modelo teórico. Comprobar la fiabilidad de las ruedas de un automóvil en repetidos test de adherencia o resistencia entraña una facilidad que no se da en economía. El mayor obstáculo proviene de que la economía muestra escasas regularidades, o son distantes en el tiempo, junto con la heterogeneidad de los elementos que se manipulan.

En cualquier caso, de los seguros a la energía pasando por las telecomunicaciones y el deporte hasta las autopistas o la emisión de anhídrido carbónico, el comercio de droga, el precio de un billete de tren o de un hectolitro de agua, abundan los campos donde los economistas son capaces de dar respuestas atinadas a los problemas que les plantean. Sin embargo, corre por ahí una "boutade" maledicente que define al economista como alguien que os dirá mañana porqué no sucedió hoy lo que había previsto ayer. Puestas así las cosas, algunos, quizás aleccionados por la tradición de la China imperial -que obligaba a cada médico a tener perpetuamente encendida en la puerta de la consulta una vela por cada paciente que se le hubiese muerto- exigen la publicidad de los errores de los economistas ¿Qué errores? Si se refieren a las previsiones, estimaciones cifradas de variables económicas que se acompañan siempre de un margen de error, sólo atañen al corto plazo; más allá, para las proyecciones de medio o largo plazo, se entra en la programación/planificación o la prospectiva. Pero incluso en el corto plazo las previsiones económicas son mucho más difíciles que los diagnósticos médicos, los cuales aun acertando no pueden evitar el fallecimiento del paciente.

El ámbito predictivo de la ciencia económica, que dispone de una infraestructura matemática tan sofisticada como la de la física, ofrece pocas certezas y las conclusiones cifradas fiables y definitivas constituyen la excepción. Lejos de echar las campanas al vuelo, hay que aceptar que la ciencia económica propone, esencial y modestamente, un marco de reflexión en el que no siempre impera el consenso. Los modelos teóricos, puras simplificaciones de la realidad, son incapaces de fundamentar adecuadamente situaciones de equilibrios múltiples ni anticipar cambios en los comportamientos de los agentes y en las asimetrías de información. Pasarán muchos años, si es que alguna vez se consigue, antes de construir modelos que tomen en cuenta los cambios de estrategia de los agentes y las variaciones y asimetrías informativas y conductuales corrientes y futuras. En este sentido, la modelización económica es más difícil incluso que la del clima. Todo ello complica enormemente el oficio del economista. Y puesto que las previsiones son difíciles y los modelos macroeconómicos basados en anticipaciones racionales harto rústicos, los economistas gubernamentales, y los de las grandes instituciones internacionales, deberían ser más modestos o, si se prefiere, menos sectarios.

El marco de reflexión que ofrece la ciencia económica sólo es válido en situaciones normales, cuando la linealidad es la tónica dominante de manera que el pasado se prolonga en el futuro sin saltos ni discontinuidades. Las previsiones funcionan, siempre con un intervalo de error, cuando hay cierta continuidad o linealidad. Hoy día, con la globalización/mundialización y los contagios de mercados que impulsa, en lugar de evolucionar suavemente de un equilibrio a otro el entorno económico exhibe situaciones de equilibrios múltiples: se puede saltar brutalmente de un equilibrio económico/real y financiero a otro. No porque el entorno objetivo de la economía se haya transformado -como sucede, por ejemplo, como consecuencia de una guerra o una mala cosecha- sino simplemente porque ha habido modificaciones en las anticipaciones. Ex post, este equilibrio diferente confirma la anticipación que deviene autorrealizable.

En un entorno de equilibrios múltiples y anticipaciones autorrealizables, pequeños choques o pequeñas modificaciones de las anticipaciones con efecto contagio pueden desencadenar crisis graves. En esta situación, lo mejor es ceder la palabra a los expertos en Historia de las ideas y los hechos económicos que, bien nutridos de análisis económico, están más habilitados que el resto de la profesión para observar las similitudes y diferencias con crisis precedentes aprontando las enseñanzas de la experiencia adaptada a la situación presente. En el contexto económico vigente de poco valen las ecuaciones, lo que cuenta es la cultura económica y los reflejos del buen economista aunque el FMI, el Ministerio de Economía, la Comisión de Bruselas, el Banco Mundial, la OCDE o los fantasmas de Kantorovich y Debreu enviados a la Tierra –dos de los mejores economistas matemáticos que han existido- quieran imponer sus criterios.