Bajo el descorazonador eslogan: “No beses, no des la mano, di hola” el Colegio de Médicos de Madrid ha emprendido una campaña contra la gripe A que recuerda al anuncio “Se ruega no tocar” de uso en algunas tiendas. Los galenos no recomiendan aún a la población que se calce una mascarilla sobre el rostro, pero tal y como avanza el pánico gripal sería aventurado excluir esa o cualquier otra hipótesis. De la vieja y algo entrañable costumbre de meter mano ya ni hablamos, claro está.

Lo que los clérigos no habían conseguido con sus prédicas a favor de la castidad tal vez lo logren ahora los médicos y la autoridad sanitaria sin más trámite que el de apelar al miedo de la población. La fórmula es de éxito probado, como bien sabe la jerarquía eclesiástica que años atrás combatía el vicio solitario de los jóvenes advirtiendo que la masturbación produce -entre otros espantables efectos- el reblandecimiento del cerebro y la desecación de la médula espinal. Aun así, los rapaces siguieron aplicándose el sabio consejo que Woody Allen dio en materia de póquer y de sexo: “Si no tienes una pareja, lo mejor es que dispongas de una buena mano”.

Tampoco es seguro que las recomendaciones de la corporación médica a propósito de la gripe ex porcina vayan a tener más éxito que las formuladas en su día por los curas. El imperativo mandato: “No beses” es de difícil seguimiento para las franjas más jóvenes del censo: y la invitación a no dar siquiera la mano a otra persona atenta ya directamente contra la educación y las buenas maneras

Oportuna sin duda desde el punto de vista de la higiene y la profilaxis, esta campaña de prevención de la gripe podría chocar sin embargo con los hábitos de un país tan latino y dado a las efusiones como España. Según reconoce la presidenta del mentado Colegio clínico, los españoles padecemos una natural inclinación a “tocarnos y besarnos, incluso con personas apenas conocidas”, costumbre que no hace sino favorecer la propagación de una dolencia como la que al parecer afectará a uno de cada tres peninsulares durante el próximo otoño. Se ignora si nuestra tendencia al toqueteo tiene también algo que ver con la creciente propagación de la epidemia del paro: y acaso los médicos debieran investigar ese asunto. No parece normal, desde luego, que las cifras de desempleo dupliquen aquí las de la media europea, teniendo en cuenta que la crisis afecta por igual a todos los países.

Como quiera que sea, los preceptos sanitarios difundidos por la corporación de médicos de Madrid resultan de difícil aplicación en España y, ya puestos, en Italia o Francia, lugares todos ellos donde la gente se besa con profusión y practica el alegre compadreo del brazo sobre el hombro.

A diferencia de los fríos pueblos nórdicos y anglosajones -acostumbrados a marcar distancias-, los latinos son gente de suyo cordial que no rehúye el cuerpo a cuerpo. De hecho existe una ciencia bautizada con el original nombre de proxemia que estudia los hábitos de distintas poblaciones en materia de contacto físico. Las investigaciones al respecto no pueden ser más concluyentes. Mientras los anglosajones suelen hablar entre sí a la distancia de un brazo extendido, los latinos, los árabes y los asiáticos lo hacen a la mucho más módica de un codo. Tocarse es casi una falta de urbanidad entre los nórdicos, pero en cambio una rutina y hasta una exigencia en los latinos.

Mucho es de temer, por tanto, que ni aun la amenaza de una gripe tan cochina como la que tenemos en puertas sea bastante para cambiar los hábitos de este país de talante mediterráneo, históricamente acostumbrado al manoseo y al besuqueo. Aunque los médicos recurran al viejo “Se ruega no tocar”, bien sabido es que tal aviso no se respeta siquiera en los comercios. O inventan otra cosa o la epidemia va a ser de las que hacen época.

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