El presidente gallego Emilio Pérez Touriño acaba de declarar la guerra a la crisis durante una intervención en el Parlamento, que es el lugar donde habitualmente se formalizan estas proclamas bélicas. "Estamos en guerra", aseguró solemnemente el jefe del Gobierno autónomo. Ahora sólo falta alistar los ejércitos -y los presupuestos- de Galicia para que la batalla tenga un feliz desenlace.

Las declaraciones de guerra habían caído bastante en desuso como método durante los últimos años. Ni la de Irak ni la de Afganistán, por citar sólo un par de las que siguen en activo, fueron antecedidas por una proclamación oficial de apertura de hostilidades. Ese tipo de formalismos pertenecen a otra época. La costumbre actual es anunciarlas en la tele para proceder acto seguido a la habitual secuencia de bombardeos aéreos, despliegue de tanques, invasión por tierra y toma del país elegido como diana. Los partes de guerra ya no los da el Estado Mayor, sino la CNN en vivo y en directo.

De ahí que la guerra que el presidente gallego Touriño acaba de declararle con el adecuado ceremonial a la crisis evoque los viejos tiempos en que los conflictos bélicos se atenían a las reglas del protocolo exigidas por cualquier combate entre caballeros.

Infelizmente, los ejércitos de la tan mentada crisis no son visibles, aunque sí lo sean -y mucho- sus efectos sobre la economía, el consumo, el paro y demás objetivos que están sufriendo desde hace meses su duro bombardeo.

Consuela saber, sin embargo, que el Gobierno de Galicia se inspira en las tácticas de Napoleón para combatir a tan insidioso enemigo. Hombre práctico además de gran estratega, el corso solía decir que la clave del éxito en cualquier guerra se resume en disponer de "dinero, dinero y dinero".

Bajo ese punto de vista, la ofensiva del presidente Touriño contra la crisis no puede haber comenzado con mejores armas. Diez mil millones de euros forman el primer contingente de fuerzas que, según los cálculos del propio jefe del Gobierno autónomo, arribará a Galicia desde Madrid para fajarse en dura pelea contra la depresión. Una poderosa cifra que casi iguala los 12.000 millones del "Plan Galicia" aprobado por un anterior gobierno para combatir -en aquella ocasión- los efectos de la última marea negra que afligió a este reino. Al final no hubo plan ni gaitas, pero tampoco es cuestión de reparar ahora en esos detalles menores.

Si a los 10.000 millones que llegarán desde Madrid se añade el presupuesto de casi 12.000 millones con el que la Xunta va a disparar el próximo año sus baterías contra la crisis, malo será que los ejércitos de la depresión económica no se batan en retirada. Cuando menos en Galicia, claro está.

Por desgracia, eso sí, la batalla de la economía no es un asunto local o siquiera europeo, sino un conflicto que -al igual que las dos grandes guerras mundiales del pasado siglo- extiende sus frentes de combate por todo el mundo. Desde Japón a Alemania, los efectos de la crisis se hacen sentir imparcialmente en cualquier lugar del planeta: y no ha de ser casualidad que también ahora como entonces sean los Estados Unidos quienes encabecen la coalición internacional del G-20 y diseñen la estrategia de operaciones sobre el terreno.

La diferencia con las dos anteriores y mucho más cruentas guerras mundiales reside si acaso en que esta vez no hay un enemigo claro al que combatir. No es de extrañar, por tanto, que los jerarcas mundiales se vean obligados a dar literalmente palos de ciego al adversario. Sin el menor éxito hasta el momento, como parece lógico.

Bien está, en cualquier caso, que un gobierno de módicas competencias como el gallego haya sido pionero en declarar oficialmente la guerra a una crisis que trae por la calle de la amargura a los principales dirigentes de la Tierra. Puede que no la ganemos, pero al menos los gallegos habremos puesto una pica en Flandes.

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