Ahogados como estábamos hace apenas cinco años por el fuel del "Prestige", pocos pudieron sospechar entonces que Galicia acabaría por hacer de la necesidad virtud y convertirse en una pequeña potencia petrolífera. Pero en esas andamos ahora.

No es que haya aparecido petróleo por aquí, a pesar del empeño que en su día puso el anterior monarca Don Manuel en perseguir la quimera del oro (negro) bajo las costas de Galicia. La empresa contratada entonces por la Xunta perforó los fondos marinos de este reino y aun los adyacentes de Portugal; pero la empresa no se vio coronada por el éxito.

Ya que el hidrocarburo se resiste a brotar de los mares del país, un empresario gallego ha tenido la más práctica idea de ir a buscarlo al otro lado del Atlántico. Manuel Jove, un financiero que edificó su fortuna sobre el negocio del ladrillo, acaba de anunciar en efecto la creación de un holding que -entre otras cosas- aspira a convertirse en operador petrolífero de alcance internacional con sede en Galicia. Para ello dispone ya de participaciones en varios pozos de petróleo situados en Perú, Ecuador y Colombia, además de un grueso paquete de acciones en una empresa mexicana del mismo ramo.

Como no sólo de petróleo vive el hombre, la nueva corporación se propone ordeñarle también kilovatios al aire, al sol y al agua mediante empresas situadas en tres continentes y en la propia Galicia donde estará la sede social del grupo.

Lejos de ser una simple anécdota, el nacimiento de esta inopinada multinacional gallega de la energía viene a sumarse a las ya existentes del textil, de la alimentación, del diseño y hasta de la industria auxiliar del automóvil que han hecho de este reino uno de los líderes de exportación de la Península. Si acaso, se trataría de un salto cualitativo en la medida que, por primera vez, los gallegos empiezan a explotar los recursos naturales cuyos beneficios revertían -y mayormente siguen revirtiendo- en empresas con sede en Madrid.

Tampoco se trata de una novedad en sentido estricto. Los nuevos capitanes de industria que comenzaron a surgir en la década de los ochenta no han hecho en realidad otra cosa que seguir la tradicional vocación cosmopolita de los gallegos. Si antes nos limitábamos a exportar mano de obra barata por la vía de la emigración, ahora colocamos en los mercados mundiales toda suerte de bienes de consumo a gran escala: desde ropa a piezas de coche, pescado, alimentos manufacturados y -finalmente- energías procedentes del petróleo o de fuentes renovables. Obviamente, se trata de una diferencia sustancial.

Inesperados paladines de la modernidad, los pocos pero muy imaginativos empresarios gallegos coinciden en aplicar la máxima que aconseja pensar globalmente y actuar localmente. Su mercado es el mundo, pero sus raíces -y sus tributos- están en Galicia. Toda una revolución, por más que pase inadvertida para los propios gallegos.

Acaso esto explique la sorprendente resistencia que este pequeño y relativamente pobre reino ofrece a la crisis que tantos quebrantos está causando ya -y más que vendrán- a España y otros países de Europa. Mal que bien, el PIB y el empleo de Galicia aguantan mejor la embestida del petróleo que los del resto de la Península, cosa que no deja de resultar lógica si se tiene en cuenta lo curtidos que estamos por aquí en lidiar con el chapapote: ya sea el del "Prestige", ya el de las seis mareas negras que lo precedieron.

Resultaría algo abusivo y hasta grotesco deducir de tan feliz conjunción de circunstancias que Galicia lleva camino de convertirse en la Irlanda española, pero al menos hay razones suficientes para que los gallegos nos quitemos de encima el complejo de coitadiños que venimos arrastrando desde la noche de la Historia. Al menos, ya hemos pasado del chapapote al petróleo.

anxel@arrakis.es