Es difícil pensar que Esperanza Aguirre no trata, sencillamente, de desgastar a Mariano Rajoy. La ambigüedad calculada es una técnica de negociación cuyo abuso termina por desgastar a quien la practica porque acaba con su crédito. Esperanza Aguirre no se lanza a la piscina porque no tiene agua suficiente y sin embargo pretende debilitar la opción de Mariano Rajoy que probablemente ha dado el primer puñetazo político en la mesa de su vida.

La apuesta liberal de Esperanza Aguirre no tiene mucho futuro sencillamente porque en el mundo los neocom están prácticamente amortizados. Las recetas de privatizaciones y mando duro chocan con la realidad social de España y las elecciones últimas han dictaminado que diez millones de votos para la derecha son muchos. Seguramente los máximos posibles. Para ganar necesita otra fórmula que se haga más espacio por lo menos en Cataluña y Andalucía.

Esperanza tiene apoyos mediáticos importantes pero al mismo tiempo esas adhesiones generan rechazos imposibles de superar. Paradójicamente, los apoyos de Esperanza Aguirre son los mejores aliados de José Luis Rodríguez Zapatero, porque el miedo y el rechazo que promueven es el factor unificador del centro izquierda.

Ya falta menos para el congreso de junio y la jugada secreta de Mariano Rajoy podría ser incorporar a Alberto Ruiz Gallardón a su candidatura como un factor de inclinación al centro de su partido y la apuesta que daría crédito a su cambio de estrategia. Entonces, si la maniobra de Rajoy se produjera inmediatamente antes del congreso, Esperanza Aguirre no dispondría de margen de maniobra para frenar a su ancestral enemigo. La derecha española está pasando por unas convulsiones inevitables que aclararán el espacio que quiere ocupar, la estrategia a desarrollar y su perfil electoral. Todo lo que sucede es normal e inevitable. Y el primer tiempo del partido ya se ha jugado con Esperaza deshojando la margarita y mareando la perdiz. Casi todo el mundo está agotado de tanta floritura.