Siempre he creído que en España falta sentido de Estado. Una falta alarmante: quizá porque, durante muchos años, nos atiborraron de himno, escudo y verdades eternas, ahora resulta que el himno, la bandera y los símbolos patrios (¡incluyendo el lenguaje!) se antojan a muchos un residuo de un pasado sin libertades y sin democracia. Y entonces ocurre que un problema que sin duda irá a más, la falta de agua, más acuciante en unas regiones que en otras, divide a unas tierras españolas y a otras tierras españolas, coloca a unos españoles frente a otros, a correligionarios contra correligionarios. La inquina, los egoísmos, han enseñado su patita, llena de garras.

No es la única cuestión angustiosa que fracciona a los ciudadanos de este país que algunos nos empeñamos en seguir llamando España: cualquier seña de identidad como factor unitario se halla ahora en cuestión. O en franco deterioro; ya no compartimos ni una historia ni siquiera una geografía común, ni los mismos planteamientos de futuro.

No nos empeñemos en culpar exclusivamente a los nacionalistas; la verdad es que la idea de las dos españas sigue helando el corazón a los que están en cada uno de los dos lados del abismo y más aún a quienes nos empeñamos en no estar frente a abismo alguno y en no encasillarnos en el blanco o en el negro. Mal asunto.

Me angustia la discusión, disfrazada de debate técnico, sobre el reparto entre todas las tierras españolas de ese bien, cada día más escaso, llamado agua. Cierto que ha habido falta generalizada de previsión, rapiña, despilfarro. Pero la verdad pura y desnuda es que no llueve, y ya hemos vuelto, un año más, a las rogativas para que se abran los cielos y derramen sus bienes sobre nosotros. Lo que ocurre es que, al parecer, debemos rezar en idiomas distintos para que llueva en lugares diferentes y, claro, la Providencia se despista con tanta algarabía. Lástima de país: así, tal y como vamos, y encima sin haber creado las infraestructuras necesarias, nunca lloverá a gusto de todos. Más bien no nos lloverá. Para disgusto de todos, al fin unidos en algo.