Cifran los peritos de Hacienda en 10.700 millones de euros -millón arriba o abajo- el río de dinero negro que circula por las alcantarillas de la economía sumergida en Galicia, pero acaso se hayan quedado cortos. La cantidad equivale a apenas un 5 por ciento del total de España, proporción poco creíble, por escasa, para este que un día fue reino por excelencia del contrabando de tabaco y todavía hoy mueve toneladas de fariña y chocolate por la bocana de sus rías.

Lo único cierto es que una parte seguramente notable de la economía de Galicia permanece sumergida como el mítico continente perdido de la Atlántida que algunos autores sitúan, dicho sea de paso, en los fondos costeros de este país de brumas, sirenas y remeros olímpicos.

Más difícil resulta ya calcular el verdadero volumen de billetaje que aquí permanece oculto a los ojos y a los ordenadores de Hacienda. Así lo reconocen los propios técnicos del ministerio, que ayer aludían a la "gran complejidad" del asunto para justificar cualquier posible error de cómputo.

Mucho es de temer, efectivamente, que los expertos en detección de billetes de 500 no hayan considerado las peculiaridades gallegas en esta materia, al centrar sus estimaciones en el bolsón de dinero negro que se esconde bajo el negocio del ladrillo.

Se trata de un cálculo hecho a ojo de buen cubero (o de buen inspector) que tal vez no haya tenido en cuenta la influencia que la industria del contrabando ejerce sobre el balance de importaciones de Galicia. Naturalmente, el dinero de clase B generado por el negocio de la fariña y el chocolate no figura en registro alguno, de lo que resulta fácil deducir que cualquier contabilidad sobre la economía sumergida corre grave riesgo de acabar en papel mojado por el agua del mar.

Bucear en esas aguas turbulentas exige inmersiones de cierto riesgo si lo que se pretende es hacer el cálculo de la profundidad alcanzada por la economía subacuática en Galicia. De ahí que no convenga restarle mérito al empeño de los submarinistas de Hacienda.

Fue aquí, después de todo, donde se gestó el poderoso emporio del contrabando de cigarrillos que tantos quebrantos habría de causar durante décadas a las arcas del Reino de España. Además de crear la prestigiosa denominación de origen "rubio de batea", los traficantes gallegos de Winston compitieron eficazmente con Tabacalera, adelantándose en varios años a la aplicación de la ley antimonopolios de la UE.

Bien pudiera ocurrir incluso que la expresión "economía sumergida" proceda de aquella vieja actividad. Sostiene en efecto una histórica leyenda que los contrabandistas solían usar las bateas como estación de tránsito para la descarga y almacenamiento de sus productos, literalmente sumergidos bajo el agua. Al parecer, el Winston manufacturado en Bulgaria adquiría su punto y sabor característicos gracias al aporte de salitre de las rías, cuyo ecosistema mejora imparcialmente la calidad de las ostras, las almejas, el tabaco y los mejillones.

Los hacendosos e imaginativos empresarios del chollo do fume acabarían por diversificar su actividad hacia otros ramos más productivos del import/export tales que la fariña de Colombia o el chocolate de Marruecos, géneros que parecen seguir trabajando en la actualidad a juzgar por las periódicas incautaciones de alijos en planeadoras, submarinos y otros ingenios de navegación.

Nada cuesta inferir, por tanto, que la arribada de dinero negro a Galicia por vía marítima se mantenga hoy en proporciones iguales, si no superiores, a los de la época dorada del contrabando de tabaco. Si a esa riada de billetes se le suma el ingente volumen de capital enterrado en el hormigón, hay razones de sobra para pensar que la cifra de 10.700 millones estimada por los expertos de Hacienda es un cálculo más bien módico. Este país de economía literalmente sumergida requiere hacer acopio de escafandras.

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