Cuando Lidia Valentín cruza la puerta que da acceso al módulo de halterofilia ubicado en el CAR de Madrid, un mensaje le recuerda el porqué de sus triunfos en los Campeonatos de Europa de 2014 y 2015 y de su bronce en el Mundial disputado en la ciudad polaca de Breslavia en 2013. A esos honores suma, desde ayer, una medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Río 2016, cimentada igualmente en la frase que resuena en el sótano del complejo deportivo donde se ejercita junto a los otros tres levantadores españoles que compitieron en la ciudad carioca: Andrés Mata, Josué Brachi y David Sánchez.

"Le llaman suerte, pero es constancia; le llaman casualidad, pero es disciplina; le llaman genética, pero es sacrificio. Ellos hablan, tú entrena". Esa es la sentencia que conduce por el camino del éxito al grupo dirigido por Matías Fernández, el técnico que tutela a la deportista leonesa, de 31 años, desde el año 2008.

Cuando sus trayectorias se unieron, Lidia Valentín llevaba ya ocho años residiendo en Madrid, adonde se mudó en el año 2000. Tenía apenas quince cuando cruzó por primera vez la entrada del Centro de Alto Rendimiento de la capital española con el férreo propósito de convertirse en la mejor levantadora nacional.

Ese título le pertenecía ya, dado su brillante recorrido, en las categorías inferiores, pero el paso por la Residencia Joaquín Blume se antojaba necesario para llevar su carrera a otro nivel, a la gloria absoluta. La que pertenece sin discusión. También en el panorama internacional.

Desde 2011, Lidia Valentín sólo se bajó del Top-5 en la pasada cita mundialista de Houston (Estados Unidos), que se perdió por lesión, y en el pasado Europeo, que descartó para preparar con plena garantías los Juegos de Río.

En esta ciudad cumplió el sueño de su vida y el de la vida de su descubridor, Isaac Álvarez. El responsable de las instalaciones deportivas de Camponaraya, el pueblo donde vivió hasta los quince años Lidia Valentín, derrocha orgullo cuando habla de su pupila. "Por sus méritos, es la mejor embajadora de nuestro deporte y de nuestra tierra por el mundo. En consecuencia, sentimos el orgullo propio de vernos representados por ella de forma tan sobresaliente", asegura en el libro 'A por más'.

"Particularmente, quizás yo un poco más", continúa Álvarez. "Sus logros implícitamente están relacionados con el deporte del que yo soy responsable, además de la extraordinaria relación que tengo con ella. Me alegro por ella, por la recompensa a su sacrificio para conseguir sus metas y, quizás de manera egoísta, porque cuando gana un deportista también gana el entrenador que la descubrió".

Los ojos de Isaac Álvarez vieron en Lidia Valentín a una futura campeona mucho antes de ver su desempeño en la halterofilia. La leonesa destacaba desde bien pequeña en todas las actividades que requerían fuerza, velocidad y coordinación, como el baloncesto o el atletismo. Pero su primer técnico aguardó hasta que tuviera la edad adecuada para iniciarse en la disciplina que la encumbró como tercera clasificada en los Juegos Olímpicos de Río 2016.

Tenía once años cuando se unió a un grupo de niños y niñas en Camponaraya para sorpresa de sus padres, Luis Ángel y Estrella. "Probablemente también asociarían la halterofilia a chicos", les justifica la deportista.

Sus marcas se fueron incrementando progresivamente hasta los 257 kilogramos con los que ayer rubricó en el Pabellón 2 de Riocentro el mayor éxito internacional de su carrera, a la espera de que el Comité Olímpico Internacional proclame su victoria en los Juegos de Londres 2012 tras confirmarse en las últimas semanas el positivo de las tres rivales que la batieron entonces.

Ayer, en cambio, sí pudo pisar el podio. Y saborear el éxtasis que supone acariciar la medalla de bronce que la acredita como tercera en la ciudad carioca. La recogió después de haber reclamado fortuna a su principal amuleto: la pegatina de Hello Kitty que adorna su cinturón de competición. También lució sus muñequeras y su diadema rosa.