Solo Scariolo sabe si buscaba la derrota como efecto secundario de su extraña administración del banquillo; solo los jugadores, en la intimidad de su cerebro, conocen si se dejaron ir y tal vez ni siquiera ellos sabrían responder. En la enfermedad que los aqueja se confunde lo que no se quiere con lo que no se puede. España elude a Estados Unidos en semifinales. Pero igual evitará el cruce, en cualquier instancia, si no remedia sus males. Francia, rival de cuartos, asusta tanto como el Dream Team de Barcelona 92 en la actual coyuntura.

La selección española transita por los Juegos como un equipo menor, desequilibrado, voluble en sus ritmos. Insinúa su capacidad y después se diluye. Ante Brasil repitió el patrón letal del partido anterior. Excelente arranque y tortuoso desmoronamiento posterior hasta el cataclismo.

Y eso que Scariolo pareció pronunciarse con mayor rotundidad contra la trampa que Magnano en su planteamiento. Incluyó a Navarro en el quinteto inicial. El seleccionador brasileño excluyó a Nené Hilario de la convocatoria. Pau se rebeló contra las encuestas de internet que le invitaban a perder. Anotó 13 puntos de los 18 primeros.

Pero es que España cava su propia tumba. Se deja secuestrar por sus cualidades. Simplifica el discurso hasta empobrecerlo. La intensidad defensiva le permite correr. Cuando el adversario limita las pérdidas y se cierra, el juego interior se convierte en su único argumento, a la postre neutralizable por predecible.

La escuadra cojea claramente. Sus pívots aportaron ayer 65 de los 82 puntos anotados. De tres se tira poco y mal (3/13). Y hasta es Pau el más efectivo en el bombardeo lejano. Muy pronto en el campeonato ha empezado a ejercer de hombre orquesta. Un mal síntoma.

Marc le acompaña. Ibaka parece espabilar, aunque los balones se le escurren como peces entre las manos. Los altos esperan a los bajos. Navarro, aunque amagó con irrumpir en los Juegos, está intermitente y fallón; Llull se asfixia si no cabalga y Scariolo le tira de la rienda; Sergio, Calderón y Rudy Fernández se retienen en el tiro. Obligan a San Emeterio a asumir una función que no le corresponde. A Rudy y Calderón no los empleó Scariolo en el último cuarto. Una decisión que alimenta las sospechas.

Pero esta España no necesita dejarse para perder. Vive del recuerdo idealizado de la final de Pekín. Es la mejor selección tras Estados Unidos, pero no con tanta diferencia como se le antojaba al entorno, que entendía el torneo como simple preparación del gran duelo. Si la fórmula no carbura, si a la estructura le aparecen grietas, el combinado queda al alcance de otros buenos equipos FIBA.

Brasil, o sea, se enganchó al partido por la pura alegría que desprenden sus exteriores y descubrió de repente que podía batir al subcampeón olímpico. Marcelinho dirigió mejor y Barbosa se creció en el entusiasmo. Los sudamericanos poseen un juego interior capaz de plantar cara al español. Capturaron más rebotes ofensivos. Frenaron a los Gasol cuando estos quisieron arremangarse para solucionar el entuerto. El 16-31 en el cuarto parcial habla con elocuencia de las miserias españolas.

Su fragilidad exterior y su desidia defensiva, ya sea en individual o en zona, tienen premio en apariencia. Francia es la víctima habitual de los últimos años. Los galos están condenados a medirse a España antes de lo previsto en sus planes, incluso cuando ellos sí fuerzan claramente su derrota o cuando caminan de forma impoluta por los Europeos. Es la eliminatoria contra Francia la que suele despertar a la selección española del letargo habitual con Scariolo. Una tradición más necesaria que nunca.