El Senado brasileño consumó ayer la destitución de la presidenta Dilma Rousseff por 61 votos a favor y 20 en contra, en una decisión que también confirma como presidente de Brasil a Michel Temer, quien seguirá en el poder hasta el 1 de enero de 2019.

La decisión supone el fin de un trámite que comenzó en noviembre de 2015 en el Parlamento y fue supervisado en cada uno de sus pasos por la Corte Suprema, como garante constitucional de un juicio que Rousseff, condenada políticamente por irregularidades en la gestión de los presupuestos, califica de "golpe de Estado".

Por otro lado, el Senado decidió mantener los derechos políticos a la expresidenta minutos después de haberla destituido de la jefatura del Estado. En una segunda votación, 42 senadores se inclinaron por inhabilitar permanentemente a Rousseff para ocupar algún cargo público, 36 votaron a favor de mantenerle los derechos y hubo 3 abstenciones, por lo que no se alcanzaron los dos tercios necesarios para aprobar la moción.

El Partido de los Trabajadores había conseguido separar las votaciones de inhabilitación y deposición, que en teoría iban a ser la misma, minutos antes de comenzar la sesión. De esta manera Rousseff, de 68 años, podrá, si así lo decide, presentarse a otras elecciones.

El proceso de impugnación de Rousseff se aceleró a partir del pasado 12 de mayo cuando la expresidenta fue separada del poder. Temer se puso la banda presidencial y se arrogó el papel de "salvador" del país con la promesa de superar la profunda crisis económica y política. En los planes del vicepresidente no cabía una sustitución provisional: "Gobierno como si fuera para siempre", dijo a periodistas extranjeros.

Temer, líder de un partido ómnibus, el Movimiento Democrático Brasileño, sin apenas definición ideológica, llegó a ocupar el segundo escalón del poder de la mano de la mano de Luiz Inácio Lula da Silva, líder del Partido de los Trabajadores (PT), para que acompañara a Rousseff en su primera legislatura. "Me equivoqué con el vicepresidente", se lamentó en numerosas ocasiones la expresidenta.

Este matrimonio de conveniencia, necesario para sumar apoyos, nunca tuvo una relación fluida y Temer decidió terminarlo a finales del pasado año. El presidente de la Cámara Baja, Eduardo Cunha, apartado posteriormente de su cargo, acusado de corrupción, le apoyó para dar un golpe de timón y hacerse con la presidencia.

Fue entonces cuando divulgó una carta en la que denunciaba que Rousseff le trataba como un vicepresidente "decorativo" y que se sentía como un "accesorio". Al mismo tiempo, se desató la tormenta en un Parlamento que acusó a Rousseff de maquillar los presupuestos del Estado por su cuenta y riesgo. El desgaste de su aislamiento político, el deterioro económico y la corrupción galopante del PT, en el poder desde 2003, dieron la puntilla a un final anunciado.

"Siento el gusto amargo de la injusticia", dijo Rousseff en su última comparecencia ante el Senado para resumir su impotencia ante el juicio político que ayer terminó con la destitución de la primera mujer que llegó a la Presidencia en la historia de Brasil.