Ni las altas temperaturas que ayer pusieron en alerta a media comunidad hicieron flaquear la fidelidad de los vigueses a la cita con el Cristo de la Victoria. Abanicos y gorros se unieron a los cirios como complementos indispensables en la procesión y el público, que aguardaba su paso apostado a lo largo del recorrido, buscaba las zonas de sombra que proporcionaban soportales, árboles y edificios. También fueron más que en otras ocasiones los que optaron por burlar al sol caminando estos dos kilómetros la noche anterior. Aún así, los más de 30 grados que acompañaron a la marcha hasta el final del recorrido, no impidieron que una multitud volviera a arropar a la imagen en el paseo que, cada primer domingo de agosto desde 1883, realiza por las calles del centro de la ciudad. Tampoco evitaron que algunos fieles hicieran la ofrenda de ir descalzos. La organización calcula que ronda las 200.000 personas, como en pasadas ocasiones.

La Cofradía del Santísimo Cristo de la Victoria, al término de la procesión, quiso agradecer de forma especial este año la presencia este año de tanta gente, retando a las altas temperaturas. Destacó también el enorme mérito de los veinte costaleros que, ataviados con capas pesadas ropas de terciopelo, soportaron estoicos el calor y empujaron los 1.400 kilos de peso que suman el carro y la talla. Uno de ellos, sufrió una lipotimia en la subida por la calle Colón. Fue auxiliado en un primero momento por un cofrade, médico de profesión, hasta que llegó la ambulancia de la Cruz Roja, en pocos minutos. Se recuperó rápido. Carlos Borrás, el cofrade carrero -que guía la imagen- cuenta que el recorrido fue "bastante más duro" de lo habitual, algo que combatieron con "más agua".

Con 34 grados en el termómetro y poco antes de las 19.30 horas, las campañas de la Colegiata de Santa María tañían y se hacía el silencio en una plaza donde se agolpaban cientos de personas para ser testigos de la salida del Santísimo. Lo rompieron con aplausos cuando superó el umbral del templo. La escuadra de gastadores de la unidad de zapadores de la Brilat de Pontevedra lo escoltaba y la banda de guerra de la misma brigada lo recibía con el himno español. Encabezaba la comitiva el presidente del Cluster de Empresas de Automación de Galicia, Luciano Martínez, y sus hijos, encargados este año de portar el estandarte. La nutrían la hermana mayor de la cofradía, Marora Martín-Caloto, junto al pregonero de este año, José María Fonseca; el obispo de la Diócesis Tui-Vigo, Luis Quinteiro Fiuza; y una importante presencia de autoridades, lideradas por el alcalde, Abel Caballero. Además de numerosos ediles del Gobierno local y del Partido Popular, también acudieron, entre otros, el conselleiro de Sanidade, Jesús Vázquez Almuiña; el subdelegado del Gobierno, Antonio Coello; o Adriano Marqués de Magallanes.

Es al principio del recorrido, en los 300 metros de la angosta calle Real, donde la marcha es más dificultosa y lenta, pero también más bonita. Los vecinos, desde los engalanados balcones, casi rozan la imagen y, desde algunos, la cubren de pétalos. Voluntarios levantan el cableado para que pueda pasar la talla. Esta cruzaba a las 20 horas una inusualmente despejada Ribera del Berbés. Los devotos se resguardaban del inclemente sol bajo los soportales y bajo los árboles del fondo de la explanada. Cualquier zona con sombra estaba colonizada, incluso alguna tan inusitada como la del monumento de la rotonda del Berbés. Allí se unió a la comitiva la Unión Musical de Coruxo, para poner música a la marcha hasta Porta do Sol.

Los barcos del puerto le ofrecieron un ruidoso recibimiento al Santísimo, a su paso por A Laxe, con sus bocinazos y la tirada de bombas. Los veraneantes que llegaban a puerto con sus bártulos de playa, se unían al público. Los que querían salir con sus vehículos de los aparcamientos, lo hicieron por obligación, al verse bloqueados más de una hora. Eran las 21 horas cuando el Cristo superaba el Náutico y encaraban Montero Ríos, que apartó sus terrazas para dar paso a la multitud.

Tras subir por Colón y recorrer una recalentada calle de Policarpo Sanz, al filo de las 22 horas, el Cristo alcanzó la Porta do Sol y giró entre atronadores aplausos. Tras el mensaje de Luis Quinteiro Fiuza, tuvo lugar la ofrenda floral y varias jóvenes protagonizaron un baile regional con sus cestos de flores en lo alto. Con uno de los momentos más emotivos, cuando miles de voces se unieron para entonar el himno del Cristo de la Victoria, se puso fin a la procesión y la multitud empezó a dispersarse. El Cristo también regresó al templo, donde permanecerá tres días en las andas, antes de regresar al altar mayor.