Era 1896 cuando el Ayuntamiento de Vigo solicitó el derribo de las murallas. Lo pidió por muchos motivos, según algunos documentos históricos. Las fortificaciones partían del castillo de San Sebastián, donde hoy está la casa consistorial y llegaban hasta la actual dársena de A Laxe. Una estructura que según los responsables municipales partía la ciudad en dos, impedía su crecimiento y además perjudicaba las relaciones comerciales. Desde el puerto era muy complicado trasladar el pescado y las mercancías a otros lugares.

Las murallas habían sido diseñadas en 1656 bajo el reinado de Felipe IV. Vigo estaba sacudida por las invasiones de ingleses y portugueses, que lanzaron sucesivos ataques. Casi a finales del siglo XIX, esas murallas se convirtieron en infranqueables y incluso se hicieron más grandes e inaccesibles. También se realizaron importantes obras de ampliación en el Castro, casa de los militares durante muchos años.

El Ayuntamiento recibió la autorización de Isabel II mediante un decreto en el verano de 1896. El proceso se inició de forma rápida. EL proyecto incluía la destrucción de los muros por tramos. El primero de ellos, según varios historiadores, fue el que se encontraba entre la actual Puerta del Sol y A Laxe. Lo prioritario, según los responsables municipales, era dar salida a las mercancías que llegaban de forma constante al puerto.

El plan también incluía que se abrirían nuevas calles. Con ello se facilitaba la circulación de personas. Era otra de las prioridades. Sin embargo, el Ayuntamiento no contaba con muchos recursos económicos para realizar todas las obras. Así que decidió subastar todos los materiales que se fueran sacando de las murallas. Esta idea fue un fracaso. Nadie quiso las piedras ni otros elementos. El Ayuntamiento se vio obligado a solicitar ayuda económica al Gobierno y también a otros organismos, como la Diputación de Pontevedra, para poder desarrollar el trabajo. En vista de que nadie se interesó, se decidió que parte de las piedras se utilizaran para la ampliación de la Alameda. Los estudios dicen que muchas de esas piedras se encuentran debajo de la calle Cánovas del Castillo.

La desaparición de las murallas dejó paso a un nuevo paisaje en la ciudad. Se abrieron nuevas vías de comunicación, pero sin demasiado criterio en su diseño. Lo importante era que los ciudadanos pudieran tener acceso al mar. Además, numerosos establecimientos se encontraban cerca de A Laxe y se recuperaron algunos espacios que se consideraban vitales.

Vigo se quedó sin una fortificación que formaba parte de su manera de vivir. Acostumbrada a los militares y a la llegada masiva de marineros al puerto, se abrió una nueva época con la desaparición de unos muros que sirvieron para frenar numerosas incursiones militares. En la zona, desde la Puerta del Sol hacia abajo, se instalaron nuevos comercios y se construyeron viviendas, pero sin un plan especial para el lugar.

Los habitantes de la ciudad tardaron mucho tiempo en aclimatarse al nuevo paisaje. El Berbés y A Laxe, así como todos sus alrededores, vivieron durante muchos años constantes cambios. Siempre con el puerto como principal referente, la zona estaba casi siempre en obras.

De esas murallas quedan pocos vestigios. A partir de 1970 se desarrolló una fiebre urbanística que incluso provocó que desaparecieran los escasos muros que quedaban visibles. En los últimos años se encontraron en A Laxe y se pueden observar cerca del hotel Bahía. También en la subida al Castro desde la Puerta del Sol. Se descubrieron al instalarse las escaleras mecánicas.

En la actualidad existe un proyecto para recuperar todas aquellas partes que se puedan. Existen documentos y planos de la ciudad que muestran el lugar exacto por donde discurrían. Algunos historiadores incluso poseen mapas de las fortificaciones.