Con la llegada del buen tiempo aumentan los bañistas que se pasan todo el día en la playa aprovechando las mejores horas de sol. Así que optan por comer a pie del arenal, y a ser posible, a la sombra. ¿Pero qué sucede si el sitio habilitado para el almuerzo o la merienda está virtualmente "ocupado"? Es decir, con las mesas vacías pero todas reservadas, situación que suele indicarse dejando sobre ellas manteles y toallas . Esta es una práctica muy extendida en Samil. Protagonizada por ciudadanos de la más diversa procedencia, aunque en su mayoría de fuera de la ciudad, ha generado tantas quejas y conflictos por parte de los afectados que el Concello no ha tenido más remedio que actuar colocando señales que prohíben expresamente la reserva de estos espacios.

El gobierno local no está dispuesto a tolerar esta costumbre ni un verano más. Así que la Policía Local colocó estos días en la zona del merendero unos carteles que advierten de la prohibición de reservar mesa para comer. De esta manera pretenden erradicar una práctica muy común entre los bañistas que para no ir cargados a la playa con la nevera, las sillas y todos los bártulos necesarios para lo comida, los dejan en la mesa formalizando su "reserva" con un mantel. Con esta prohibición, el Concello busca que estos espacios puedan ser utilizados por el mayor número posible de gente.

Los carteles están escritos en gallego, portugués e inglés para que lo entienda el mayor número de turistas posibles. Sin embargo, ya un bando municipal emitido en 2010 sobre "el buen uso de los arenales", prohíbe desde entonces y entre otras cosas, "la reserva de mesas con manteles, bolsas u otros objetos de los bancos que impidan su uso a otros ciudadanos".

La colocación de señales ya generó las primeras críticas, en especial, entre quienes practican esa particular reserva. Martins Claude, un francés afincado en Portugal, declara que "no está de acuerdo con la norma prohibitiva, porque esto no es un restaurante por el que tengas que pagar para reservar mesa". Este veraneante dedicado al reciclaje ocupó desde las once de la mañana hasta la hora de la comida una mesa con un mantel, "para poder comer tranquilamente con su esposa y sus tres hijos", confiesa.

Elena Silvoso y su marido Manuel Garrido representan otro caso parecido al del turista francés. Jubilada de 64 años, defiende que "la gente que reserve si quiere; yo soy de Vigo y no le hago caso al cartel". Asegura que se trata de una costumbre practicada "sobre todo por los turistas portugueses". "Pero si madrugan y cogen una mesa no me importa, por que hay sitio de sobra", afirma toda convencida.