Irías? Se preguntó Chus Lago tras coronar la montaña más alta de la Antártida hace tres años. Era 25 de diciembre y ella se empeñó en cumplir allí los cuarenta. Desde la cima del Vinson, se abría ante sus párpados una hoja en blanco: el gran desierto polar a ambos lados de la cordillera Ellsworth, "que es como un esqueleto de dinosaurio". "Me hice una pregunta que no debí", reconoce, y que estuvo meses resonando en su cabeza: "¿irías?". La respuesta fue sí: ha decidido dejar sus huellas en ese folio albo del Polo Sur geográfico. La alpinista y concejala de Medio Ambiente de Vigo hará una expedición por un semicírculo de mil doscientos kilómetros, que se propone recorrer en dos meses. Veinticinco kilómetros por día. Sesenta días de veinticuatro horas con luz y menos treinta grados centígrados.

Su aventura comienza dentro de treinta y dos días. El 31 de octubre saldrá de Vigo hacia Chile y allí sudará las últimas gotas de la preparación durante una semana. El 8 de noviembre vuela a la base civil de Patriot Hill convirtiéndose en la primera mujer española que parte de allí en una expedición. Lo hará en avioneta y junto a un cámara de televisión que seguirá su periplo para luego volcarlo en un documental. A partir de ahí, inicia su viaje a pie y en solitario, que tiene como punto de partida la Bahía de Hércules. Se enfrenta a tormentas de viento de frente y a que el paso del tiempo no se aprecie en el paisaje (será sólo en una pequeña rayita del GPS). Para los menos iniciados en la geografía polar, es el espacio que ocupa el dedo índice al buscar en el mapamundi el Mar de Wedell.

Aunque los entrenamientos, han comenzado hace años -hizo cuatro expediciones a Groenlandia, Noruega y en Finlandia-, ahora ultima su preparación física bajo los ojos atentos de su entrenador, Bruno Sousa. Chus está preparada. "¿Miedo?", se sonríe, "vas a la región más desértica del mundo; a llevar el cuerpo humano a su máximo sufrimiento, de esfuerzo, tirando hasta 3.000 metros de un carro muchas horas, tienes que montar una tienda con un frío espantoso, a veinte bajo cero dentro... Pero el mayor peligro de la Antártida es que no puedas soportar tanta soledad; hay mucha gente que no es capaz". "No tengo miedo", concluye riendo. "Pero dos meses sola en un desierto polar no se entrenan. Es que se te meta en la cabeza que quieres ir y que tengas ilusión". A cada campamento, lo bautizará con el nombre de un barco de expedición polar y, desde aquí, se podrá seguirla día a día a través de un blog.

Mientras, los sábados y domingos suele visitar el polígono industrial de As Gándaras, en O Porriño, donde tira con arnés de unas ruedas de camión que pesan relativamente lo mismo que ella. Eso durante dos horas y cuarenta y cinco minutos. O de un carro cargado de pesas en el monte Aloia. Normalmente lo sube con patines y luego con esquís; unas tres horas. Suda y dice que "sufre", aunque apenas se le nota: "Es puro fondo", asegura. Trata de seguir una dieta de cinco comidas al día, pero reconoce que casi siempre "falla". Compatibilizar el equilibrio del deportista con la vorágine laboral de concejal se hace prácticamente imposible: "Ni de broma. A veces desayuno a las siete de la mañana y luego me voy al entrenamiento de tarde con sólo un batido encima". También corre por el monte Vixiador dos veces a la semana y aún va al gimnasio, pero cuando acaba nadie adivinaría en su cara que vuelve de entrenar.

En el Polo, tirará de un trineo con unos 120 kilos en el que viaja lo imprescindible, lo necesario, y nada más. Primera norma: "Victimismo cero", asegura. El éxito de la expedición depende prácticamente de eso. Que se estropee la cocinilla o que vuele un guante suponen una tragedia cuando se vive a menos 22 grados. "Es facilísimo meter la pata: imagínate que la tienda vuele o el trineo caiga por una cuesta abajo. Lo más importante es que seas escrupuloso con el tiempo y con la seguridad", explica "son una media de diez horas al día, si no las llevas bien, se acabará la comida y el combustible".

"Si se estropea algo, tienes que saber arreglarlo y ser autosuficiente". Por eso, lleva casi todo por duplicado. Teléfonos, baliza de localización para una urgencia o un posible rescate. También dos cocinillas, veinte litros de combustible -queroseno-, cuarenta y cinco kilos de comida -comerá a base de productos en puré, liofilizados-, la tienda de campaña, el saco de dormir, la ropa, el botiquín ... "Ya no puedo quitar nada más. ¿Qué tiro? ¡una, una camiseta!", asegura. Pero no hay sitio para el miedo en la mochila. "Me llevó tres años resolver algunas cuestiones: qué tipo de trineo, cuántos kilos puedes arrastrar o qué botas me van bien", asegura. Las capuchas y el largo de la ropa tienen que ser distintas para cruzar el Polo por el viento. De hecho, Chus Lago eligió su propia ropa. Entre los patrocinadores (Caixanova y Canal+), está la marca textil vasca Ternua, que diseñó sus modelos adaptándose a las necesidades.

"Lo mejor que puedes hacer es dejar atrás una vida que te ilusione y te guste, que te espera a la vuelta. En el viaje vas construyendo mentalmente. Suelo llevar música en los sitios en los que no hay riesgo, pero aunque la escuchara doscientas veces, sería incapaz de decir qué está sonando. Sólo la uso para evadirme". Sólo cuatro mujeres en la historia del montañismo han atravesado el Antártico; todas a principios del milenio.