Mientras la Tierra se mueve alrededor del sol, hora a hora, día a día, hasta completar una vuelta completa al cabo de doce meses, nuestro cuerpo envejece irremediablemente.

Sin embargo, la velocidad a la que lo hacemos no es la misma para todos los seres humanos. Así, factores como la genética, la alimentación o la actividad física incrementan la distancia entre la edad cronológica y la edad biológica.

“La primera es la que marca el calendario, el tiempo transcurrido desde nuestro nacimiento, mientras que la biológica es aquella que depende del estado funcional de nuestro organismo”, explica María del Carmen González, directora de una empresa de asistencia a domicilio especializada en mayores. “Conseguir que un octogenario lo sea solo en su DNI está en nuestra mano, con hábitos sencillos pero constantes”, apostilla.

La genética juega un papel muy importante en el proceso de envejecimiento, pero frente a ella poco se puede hacer por el momento. Sin embargo, sí que es posible modificar otros factores como la alimentación. “No hay que privarse de comer, sino hacer hincapié en la calidad de lo que comemos. Nutrámonos con alimentos ricos en vitaminas, productos frescos y cuanto menos elaborados mejor”, señala González.

El ejercicio es otro de los aspectos a tener en cuenta, tanto para conseguir un bienestar físico como mental, y es preciso luchar contra la inmovilidad a pesar de las limitaciones físicas de la tercera edad.

Como ejemplo de sus palabras, la experta en asistencia a domicilio habla de las hermanas Edun y Luisa, de 86 y 84 años respectivamente. “La mayor, Edun, se enfrentó a una caída gravísima que mermó definitivamente sus funciones psicomotoras, con dificultades serias de estabilidad y movimiento. Pasó de ser una mujer con una gran actividad, dueña y señora de su casa con hijos y nietos a su cargo, a de repente verse limitada. Sin embargo, lucha cada día por una calidad de vida mejor con ejercicios rehabilitadores, dedicando una hora diaria a despertar su cuerpo. Estos movimientos fortalecen su confianza tanto física como psíquica y consiguen que mantenga una conexión sana con su entorno y que sus limitaciones no sean sus carceleras”, relata.

Por su parte, Luisa sigue siendo un ejemplo de mujer activa. “A sus 84 años de edad -explica González-, se enfrenta a pérdidas de memoria pero frente a ellas se da horas de paseo por su ciudad, sube escaleras y camina diariamente mostrando una agilidad propia de una jovenzuela. Luisa dice que en vez de quedarse sentada en su butaquita, acompañada por el amargo sentimiento de la pérdida de su esposo, un día decidió, acompañada de su cuidador, salir a la calle y pasear, tomar contacto con el mundo, estar siempre en movimiento”.

Sin duda, ambas hermanas son ejemplos a seguir y claros testimonios de que el ejercicio en todas las etapas de la vida es fundamental, también en la última.