Tiene Javier Fernández cierta fama de malhumorado, pero le puede una timidez sobrellevada que tiene apariencia de fastidio. Pero desde luego, el hombre que tomará las riendas de un PSOE partido en dos y tendrá la difícil misión de recomponerlo y torear el morlaco de evitar unas terceras elecciones cuenta con experiencia como "tejedor" de sensibilidades enfrentadas. La presidenta andaluza, Susana Díaz, se ofreció antes del sangriento comité federal del pasado sábado a "coser" el partido. A Javier Fernández le tocará sacar aguja e hilo.

Fue el primero en pedir un congreso antes de que la crisis que se vislumbraba en el PSOE terminase en tumor; advirtió antes que nadie de que unas terceras elecciones "empedrarían el camino del PP a una mayoría absoluta", y recalcó la imposibilidad de las cuentas de Sánchez para formar gobierno porque el veto a los independentista era innegociable. Un imposible medieval, como a él le gusta señalar.

El pasado viernes ya recalcó que solo quedan dos opciones en el horizonte: o que gobierne el partido más votado (el PP) o unas terceras elecciones. Amante de las matemáticas, tendrá ahora que resolver la ecuación para conjugar el rechazo a la derecha, el necesario paso a la oposición de los socialistas e impedir otra cita con las urnas sin que salten las costuras de su incipiente hilván en el partido.

Político de madurez, se afilió al PSOE en 1984, con 36 años, pero llevaba la militancia en la sangre. Nacido en una familia de izquierdas, su abuelo murió "paseado" por los franquistas y su padre sufrió con 16 años el internamiento en un campo de internamiento.

Fernández no soñaba de niño con ambiciones políticas, sino con descubrimientos arqueológicos. Quería ser egiptólogo. Pero las únicas excavaciones que conoció fueron las mineras, tras formarse como Ingeniero de Minas, trabajar en una empresa de proyectos y sacar unas oposiciones al cuerpo de ingenieros del Estado. Ya después fue socialista de carné.

No oculta que sus comienzos políticos llegaron de la mano del líder minero José Ángel Fernández Villa, hoy convertido en estigma para el PSOE, pendiente de un juicio por fraude millonario al revelarse la fortuna que tenía oculta y que intentó regularizar con la amnistía de Montoro.

Pero Fernández suelta lastre rápido cuando alguien le decepciona. Su gobierno en Asturias no ha permitido el más mínimo atisbo de corrupción sin que implicase la destitución del sospechoso.

Saltó a la política activa en 1996 con 48 años, como diputado nacional. En el congreso entabló amistad con el entonces desconocido Zapatero. En 1999 regresó a Asturias como consejero de Industria del primer gobierno de Vicente Álvarez Areces. Y fue entonces cuando asistió a su primera fractura orgánica en el partido, cuando la ley de Cajas partió en dos al PSOE astur. Ahí comenzó su experiencia paciente como tejedor de estructuras en crisis. Restañando heridas

La fama de hombre mesurado, de discurso brillante y opiniones reposadas la fue ganando poco a poco hasta acabar por convertirse en un "referente moral" en el partido, como aún ayer mismo reconocían hasta quienes el sábado se colocaron en el bando de Pedro Sánchez.

Lector infatigable de ensayos políticos, económicos y filosóficos, llegó a tener fama de "fotofóbico" por su personalidad poco dada a aparecer en los medios y a entrar en el juego de las declaraciones al minuto y la banalización de la política. Hay dos asuntos sobre los que tiene una posición inamovible: la necesidad de contraponer la solidaridad territorial en España frente a los discursos de ruptura del país, y el futuro de una socialdemocracia acosada por el discurso de Podemos. Bueno, otro más: el Real Madrid.

Tiene tarea por delante para coser a su partido en España y para evitar que se le deshilache en Asturias. Pero no le amilana.