Una entrevista a Felipe González precipitó ayer la peor crisis en la historia reciente del PSOE. Bastó que el expresidente asegurara que Pedro Sánchez le había prometido en junio abstenerse ante Mariano Rajoy, en la segunda votación de investidura, para que todo empezara a derrumbarse: dimisión de 17 miembros críticos de la ejecutiva, rechazo de los restantes a considerar disuelta la dirección, el PSOE literalmente partido en dos.

González dijo sentirse "engañado" y "frustrado" por este (supuesto) cambio de opinión de Sánchez, que el aludido declinó comentar. "No tenía ninguna necesidad. Me dice 'pienso hacer esta cosa' y luego hace otra completamente distinta", se quejó el expresidente. Y también: "Si el comité federal fija una posición, la que sea, abstención, no abstención, voto en contra o mediopensionista, esa posición mayoritaria la asume todo el mundo y si el secretario general no la quiere asumir, tiene que dimitir".

En su comunicado de respuesta, Sánchez recordó a González que el "no" a Rajoy fue sancionado por todo el comité federal. Pero llovían piedras: el barón castellano-manchego, Emiliano García-Page, urgió al secretario general a pedir "disculpas", y el valenciano, Ximo Puig, dijo que si Sánchez hizo tal promesa a González y no la cumplió, la cosa debe tener "consecuencias".

Antes de que todo estallara por la tarde, Sánchez precisó que el exmandatario "está en el bando de la abstención, yo en el bando del voto en contra a Rajoy y de un gobierno alternativo. Me gustaría saber en qué bando está Susana". Por Díaz, la gran ausente del día.