El guión estaba claro. Le tocaba lidiar con cuatro opositores que tienen en común su erosión pública. Así que a medida que fueron contra él, Feijóo descubrió que la mejor manera de enfocar la reiteración de las críticas era contestarlas a la vez que llegaban, al margen de su turno. "No se les conoce programa ni separados ni juntos, ni a qué candidato apoyarán", deslizó desde los primeros minutos para colocar en la mesa el asunto de las coaliciones.

Especialmente intenso estuvo hacia "el señor Leiceaga" y "un juez", por Villares, cabeza de lista en En Marea, contra los que protagonizó los momentos más álgidos tras desvelar su negativa a tratar el debate los pactos tras el 25-S. "¿Quién será el conselleiro de Facenda?", ironizó. La misma estrategia usó para dejar en el aire las dudas sobre si el resto de fuerzas estarían dispuestas a apoyar un referendoen Galicia.

Lo suyo, aseguró, es "un gobierno para gobernar" desde el día siguiente a las elecciones. "Para bien o para mal, me conocen", recordó. Hizo de la estabilidad su bandera y puso el énfasis en las primeros datos macroeconómicas que ilustran la recuperación. Pero optó por repartir los logros, desde los "trabajadores públicos del Igape" en la financiación de proyectos al "esfuerzo" de los funcionarios por aguantar el recorte salarial. "Mi principal preocupación son los 193.000 parados", sostiene.

Los otros cuatro candidatos reprocharon "el engaño" de las cifras. Feijóo contraatacó con la herencia recibida. El bipartito se coló en varias de sus intervenciones. Afrontó los desaires por los casos de corrupción en el PP con casos del resto y acabó casi como comenzó. En lo que se centra su camapaña: "Galicia, Galicia, Galicia".