Hay puntos que suenan a música celestial. Hay ocasiones en las que el marcador es una simple cuestión numérica, dos dígitos reparados por un silencioso guión. El 2-2 de ayer en Balaídos no alcanza a transmitir toda la grandeza que los vigueses regalaron sobre todo en una segunda parte cargada de brío y en la que sometieron al Real Madrid a un absoluto tormento para tratar de voltear el 1-2 con el que los blancos se habían marchado al descanso gracias a dos zarpazos de Bale. Solo un penalti fallado por Aspas, cada vez más todopoderoso, impidió que el Celta de Unzué culminase una obra colosal ante un equipo que en Vigo se dejó las pocas esperanzas de pelear aún por la Liga.

El Celta solo puede reprocharse cinco minutos, los que llegaron justo después de que Daniel Wass pusiese por delante al equipo de Unzué tras una primera media hora muy exigente y en la que al cuadro vigués le costó superar la voluntariosa presión del Real Madrid que trató de asfixiarles desde el primer minuto. Una contra culminada de forma primorosa por el danés (que debería haber firmado en ese momento su renovación para que la fiesta fuese completa) pareció allanar el camino para un Celta que hasta entonces solo había encontrado como recurso el pelotazo en busca de Maxi Gómez. Pero paradójicamente el gol tuvo un efecto nocivo en ellos. Vieron al Real Madrid tembloroso, desconcertado, superado por la situación y se les afiló el colmillo de forma inconsciente. Por un momento pensaron en rematar a los de Zidane por la vía rápida, se apartaron del plan que habían seguido hasta ese momento y se olvidaron de cerrar la puerta. Un pecado mortal ante un equipo que volvía a reunir en el mismo once a dos velocistas como Bale y Cristiano. En cinco minutos el Real Madrid ya había remontado. Dos acciones consecutivas de Bale aprovechando la falta de tensión defensiva de los vigueses cambiaron la cara al partido y castigaron de un modo exagerado a un Celta que, sin estar a un gran nivel, había sido capaz de dar la cara y de resistir las acometidas de un rival que sabía que estaba ante la posibilidad de despedirse definitivamente de sus opciones de pelear por la Liga.

El Celta había aguantado a un Real Madrid gobernado por Isco y Modric pese a que era evidente que añoraba a esa máquina quitanieves que es Lobotka -a quien Unzué dio descanso pensando seguramente en la vuelta de Copa del Camp Nou- y que acusaba la falta de ritmo de futbolistas como Radoja o Pablo Hernández. Esa poca frescura la suplió el Celta con orden, sacrificio y pequeñas dosis de talento de Aspas que ya había estrellado un balón en el palo antes de que Wass marcase el primer tanto. Pero las dos bofetadas de Bale les enfrentaban a una situación nueva y delicada. El escenario ideal para los de Zidane que, según dice la teoría, se encontrarían campo para galopar ante un rival condenado a desprotegerse en busca del empate.

Pero no sucedió nada de eso porque el Celta de la segunda parte fue posiblemente lo mejor que se ha visto de este equipo desde que Unzué llegó al banquillo el pasado verano. Difícil ponerle un pero al grupo. Sin necesidad tampoco de sacar la mejor versión de sus jugadores -salvo el caso del incansable y genial Iago Aspas- el Celta se tragó por completo al Real Madrid. Le torturó de forma incansable y solo una secuencia de calamidades impidieron que los vigueses no culminasen la remontada. Tomó riesgos el Celta, pero lo hizo de forma mesurada, sin perder la cabeza, con la responsabilidad de quien va madurando en su idea.

Los vigueses se instalaron en el campo del Real Madrid y evitaron exponer el balón para que los blancos solo pudiesen correr y cuando lo hicieron siempre encontraron la respuesta diligente de Mallo, Jonny, Cabral y del reaparecido Roncaglia. Y en el otro campo el partido se jugó a lo que quiso Iago Aspas. El moañés -aún sin excesiva ayuda alrededor porque Pione volvió a estar muy impreciso-, se tomó la remontada como una cuestión personal y generó una angustia difícilmente descriptible en la defensa de Zidane. Nacho le persiguió toda la noche como un zombie, como si le hubiese poseído. Intuía su presencia, pero no lo capturaba su radar. Si salía a campo abierto, el delantero lo sentaba; si lo esperaba y reculaba, Aspas encontraba un espacio por el que crear daño. Un disparate absoluto. El Celta fue acogotando al Real Madrid aunque sin suerte en el remate hasta que Unzué hizo el último movimiento que acabó por reventar el partido. Dio entrada a Emre Mor y a Lobotka y a Zidane no le quedó más remedio que ponerse a cubierto. El eslovaco se metió la pelota en el bolsillo y siempre encontró a Aspas en situación de ventaja. Un prodigio a la hora de entender el juego. El Celta, cada vez más intenso, empezó a ver pasillos tan grandes como autopistas por las que llegar al área del Real Madrid. En una de ellas, Aspas se plantó ante Navas tras una gran combinación con Maxi. El portero no tuvo más remedio que derribar al moañés cuando éste le regateaba.

El lanzamiento de penalti quedará en la historia como el primero que falla el moañés en Primera División, pero esconde una trampa. El costarricense estaba casi tres metros adelantado cuando Aspas golpeó la pelota. El penalti debería haber sido repetido, pero Jaime Latre se hizo el sueco en ese momento. El fallo del penalti espoleó a Aspas que subió una marcha mientras Lobotka seguía con sus turbinas a pleno rendimiento. Zidane buscó piernas frescas, pero el centro del campo del Celta les trituró por completo. En medio del aluvión de juego (al que por desgracia no pudo sumarse Emre Mor, muy desconectado en un momento en que su ingenio era importante) una jugada por la derecha acabó con un gran centro de Daniel Wass que Maxi Gómez, en el punto de penalti, incrustó a la red con un gran cabezazo que Navas solo pudo acompañar con la mirada. Pura justicia.

Con 2-2 el partido se adentró en los últimos minutos cargado de incertidumbre. La Liga se le escapaba definitivamente al Real Madrid y se resistió a morir. El Celta, llevado por una fuerza superior, persiguió el tercer gol en busca de una remontada que hubiese puesto boca abajo Balaídos. Lo merecía. Por juego y por espíritu.