Ya se esperaba un gran ambiente, pero esa expectativa no impidió que la atmósfera en la que se envolvió O Gatañal no fuese mágica. Más de 1.600 gargantas poblaron las gradas de la cancha morracense, acostumbrada a creer en las conquistas épicas de su equipo. Quizás por ese idilio con las gestas el Cangas no supo vivir con tranquilidad un choque que dominó desde el principio hasta casi el final y ahí, en esos momentos de locura, fue el Teucro el que sacó provecho de su fe.

Los prolegómenos sirvieron para anotar el primer gol de los locales. La afición desplegó un tifo con la imagen de Dani Cerqueira para dar colorido y la peña, más numerosa que nunca, comenzó a animar con fuerza y a cantar consignas. Sus gritos apagaron el habitual juicio que el pabellón realiza a todos sus ex cuando se presenta a los jugados visitantes por megafonía. Tímidos aplausos para Santana y cierta indiferencia por Moledo y Ángel Iglesias. Por su parte, los llegados de Pontevedra trataban de hacerse oír pese a su inferioridad numérica.

Se echaron de menos los piques, la tensión bien entendida, en un choque de guante blanco tanto en el parqué como en la grada. Cada afición estaba a lo suyo, coreando la canguesa a Edu Salazar en el arranque del duelo, festejando la visitante los latigazos de Balázquez en la segunda mitad. Y entre medias el descomunal talento de Alen Muratovic exacerbaba a las masas, repitiendo una y otra vez su nombre en cada acción de mérito del montenegrino.

Con todo, y a pesar de la incertidumbre del marcador en el último cuarto del partido, la sombra del empate sobrevolaba O Gatañal. Más de uno lo daba por hecho cuando aún restaban minutos. La historia pesa. Seis igualadas en diez derbis en Cangas tienen la culpa, aunque el sabor de las tablas sea distinto en uno y otro lado. Quien sí ganó fue el balonmano gallego, que vivió su particular fiesta en la élite.