La expiación de los pecados no llega en el fútbol a través del perdón, porque en el fútbol el perdón es el pecado. Tantas veces se dice que llega a parecer solo una frase, pero el Pontevedra se empeña de cuando en cuando en darle forma de verdad. Ayer dominó de un modo abusivo durante el primer tiempo, redujo a su rival a la condición de sparring, a invitado en el día del apoyo a Iker Alegre y Gonzalo, ausente este último de la de la convocatoria por el fallecimiento de su hermano. Sin embargo todo acabó en un agobio, en dos partidos distintos cada tiempo y una victoria sufrida tras aguantar 20 minutos con un hombre menos.

Después del minuto de silencio en apoyo a Gonzalo, empezó a rodar el balón. El volumen de juego y llegadas generados en los primeros 45 minutos debieron ser suficientes para forzar la rendición del Palencia. Un asedio constante que invitaba a los de De Paula a tomar el bus de vuelta en el descanso. Todo con una original fórmula en la que Luisito apostó por tres centrales, dos mediocentros por delante con dos carrileros y un par de puntas.

No hizo falta ni consumir 120 segundos para que Mario Barco prolongara de cabeza una pelota que viajó con peligro al área; pero el guardameta visitante acertó en su salida al anticiparse y atrapar un balón que se posaba en el césped con varios granates a a la espera del remate fácil.

Fue una de las pocas veces que el portero acertó. Si no recibió más tantos en la primera parte no fue por su talento, sino porque la fortuna y el desacierto granate se pusieron de su lado. Barco volvió a servir un balón a Jacobo en el minuto tres que el media punta disparó fuera y de nuevo Jacobo apareció poco después para gozar de un penalti en movimiento. Un balón rechazado llegó a sus botas en posición cómoda dentro del área y las ganas de rematar pusieron más violencia que puntería en su chut. La pelota se marchó alta.

Jacobo aparecía por todo el frente de ataque, estaba presente en muchas de las jugadas de su equipo, llegaba para conectar remates, pero siempre pecaba del metro de más. Hacia un lado, hacia el otro o hacia arriba. La superioridad de Pontevedra era tal, que Edu no tuvo que tocar su primer balón hasta pasado el cuarto de hora de juego. Fue, además, un despeje fácil y un balón que después llegó manso a sus manos. No tuvo más.

Álex Fernández y Abel no encontraban problemas para enviar balones largos y profundos, que siempre acababan en los pies de un compañero de equipo. Pero nada era tan distinto y bello como cuando el balón iba a parar a los pies de Añón. Otros pudieron tocar el esférico más, pero ninguno lo hacía como él.

Bailó sobre la pelota en la banda derecha para dar muestras de su superioridad técnica en una suerte de ruleta a medio hacer, dejó pasar la pelota entre sus piernas tras un córner para dejar a Álex Fernández en posición para rematar y tuvo la suya en área pequeña y casi sin portero, aunque la enviara por encima del marco. De modo que para cuando el asedio se tradujo en un gol, a nadie extrañó que fuera suyo.

Al filo del descanso Álex Fernández recibió con espacio para llegar al área. Lo hizo con Añón esperando para empujarla, pero este solo pudo hacerlo después de que el portero despejara mal, de nuevo, el disparo de Álex. Añón marca a placer y el Pontevedra se va al descanso con una ventaja demasiado corta.

Tras la reanudación el guión parecía el mismo cuando en el minuto 57 Barco hizo el segundo. De nuevo Barco y de nuevo de cabeza. Una jornada más. La fórmula es sencilla y eficaz: alguien centra, esta vez fue Álex Fernández con su zurda, y él aparece con su poderoso remate por alto.

Pero incomprensiblemente con el gol el Pontevedra cayó. Fuera por la pretensión de asegurar la victoria y optar por el contragolpe o fuera por un desplome físico, lo cierto es que el Palencia comenzó a hacer algo que no había podido ni soñar hasta ese momento. Tomó la pelota, adelantó sus líneas, jugó en largo y sembró en varias jugadas el terror en la zaga granate.

Iván Zarandona emergió para ofrecer control del juego a los suyos y Luisito respondió dando entrada a Mouriño. Pero no hubo tiempo para cambiarlo todo. En el 71 una pelota elevada a la espalda de los centrales dejó solo a Zapata, Jacobo Trigo le persiguió sin recuperar la distancia y, a la desesperada, lanzó un empujón que el árbitro interpretó como una acción con la que no pretendía disputar el balón. Penalti, expulsión y sufrimiento.

Diego Torres transformó la pena máxima en el 2-1 y la cosa se complicó. Moré primero y Zapata después avisaron y entre Rodri y Zapata fabricaron un suspiro de alivio en la grada cuando Edu hizo una gran parada lanzándose a cubrir su poste derecho por bajo. A ese remate de cabeza le precedió, como si fuera por ella la lección, una triple ocasión que el Pontevedra no aprovechó. Por suerte corría ya el minuto 86 y en lo que restó hasta el pitido final solo hubo tiempo para los nervios, no para más goles.