Hace solo seis años los aficionados de Cleveland, invadidos por esa rabia que a veces solo generan los que llevan tu misma sangre, se echaron a las calles para prenderle fuego delante de las cámaras a las camisetas de Lebron James. Se sentían traicionados por "el Elegido" que se marchaba a Miami en busca de un contrato de escándalo y humillados por el "reality" que organizó alrededor de la decisión de si renovaría su contrato o buscaría un nuevo destino. Hasta el último momento alimentaron la esperanza de que siguiese en los Cavaliers, pero el chico que habían visto crecer en Akron se marchaba en busca de la gloria colectiva que se le negaba en casa. Nunca le han pitado tanto como en aquella primera visita con los Heat al pabellón de Cleveland.

Por eso hace dos años, cuando cerró la etapa en Miami con dos anillos en sus dedos y regresó a Cleveland lo primero que hizo fue empeñar su palabra. Prometió que daría a los Cavaliers el primer título de la NBA de su historia. Y ayer saldó esa deuda tras un partido que ya pertenece a la leyenda de esta competición.

Cleveland conquistó el título en un extraordinario séptimo partido jugado en la pista de los Golden State Warriors. Por primera vez en una final de la Liga un equipo levantaba un 3-1 en contra. Toda la magia que los Warriors mostraron en la temporada regular, la de las 73 victorias y 9 derrotas para superar el récord de los Bulls de Jordan, se desvaneció en la eliminatoria decisiva ante Cleveland. Fueron un equipo cansado, lastrado por las lesiones de algunos de sus jugadores y con su gran estrella, Stephen Curry, algo disminuido por los problemas físicos y demasiado interminante. En el séptimo partido fue Draymond Green quien sostuvo a los campeones hasta el momento decisivo (32 puntos, 15 rebotes, nueve asistencias, 6 de 7 en lanzamientos triples). Al equipo le faltó el acierto de Curry en algunos instantes y de Klay Thompson, demasiado centrado en la pelea defensiva con Kyrie Irving. Lebron lo jugó todo, firmó un triple doble, pero llegó reventado al tramo final de partido. Tres cuartos y medio simplemente sirvieron como batalla de desgaste, sin grandes diferencias, con los dos equipos sometidos a los nervios de una final. Y esos últimos cinco minutos fueron una batalla histérica entre dos equipos a los que se les encogió el aro de un modo dramático. Estuvo el partido igualado (89-89) durante casi tres minutos hasta que irrumpiera en escena Irving después de que Lebron cerrase un contragolpe de Iguolada con un tapón brutal contra el tablero. Cleveland consiguió en ese ataque, con menos de un minuto por jugarse, se quedase Curry emparejado con su base. Irving anotó el triple que fue una puñalada mortal. Frustrado, Curry -bien defendido por Love- lanzó un par de triples que se fueron al limbo y Lebron James se dejó caer en la pista llorando como un niño pequeño. El círculo ya estaba cerrado: "He dado todo lo que tenía. Me he dejado el corazón, la sangre, el sudor y las lágrimas", dijó emocionado delante de cámaras parecidas a las que hace seis años filmaban las hogueras con su camiseta en Cleveland, ciudad entregada a la fiesta y que desde 1964 (año de la victoria de los Browns en la NFL) no celebraba una conquista parecida. Golden State se queda con un récord que difícilmente veremos mejorar, pero sin el anillo que distingue a los mejores del año. Ese privilegio le corresponde a Lebron James y a sus Cavaliers.