Los derbis gallegos intentan establecer la normalidad entre las aficiones del Celta y el Deportivo, la misma que se vivía antes del partido de 1987 en Riazor. Ese día, un fallo arbitral en la señalización de una falta fuera del área como penalti favorable al Celta y el cruce de acusaciones posterior desembocó en una escalada de violencia que impidió disfrutar en paz de la fiesta del fútbol gallego durante muchos años. Las dos directivas actuales están empeñadas en copiar el modelo vasco. Los enfrentamientos entre el Athletic de Bilbao y la Real Sociedad se celebran como una fiesta.

Galicia quiere seguir el ejemplo. Como ocurrió en el partido de la primera vuelta en Riazor, el himno gallego se pretende utilizar como catalizador entre dos aficiones que incluso comparten canciones como A Rianxeira y que recurren a temas de los vigueses Siniestro Total como sintonía en sus estadios. Hay más cosas que les unen que les separan, a pesar de las barbaridades que se puedan decir en las redes sociales. Ayer, como en A Coruña en el mes de noviembre, el partido transcurrió por cauces normales, aunque los cánticos no fuesen los más adecuados en algunos momentos del partido y que tendrán la correspondiente multa económica por parte de la Liga de Fútbol Profesional.

Y en el terreno de juego también se vivió un espectáculo vibrante, de mucha tensión, pero respetando las reglas del juego. Al Celta, que busca una plaza europea, le dolió la derrota en Riazor en la primera vuelta. El equipo de Berizzo, instalado entonces en la cuarta posición, se presentaba entonces como favorito a un duelo al que no supo ponerle la misma intensidad que el rival. Y con ese mal recuerdo del partido de noviembre pasado, el equipo vigués afrontó el clásico gallego de ayer con espíritu de reconquista, de recuperar el título honorífico de mejor equipo de Galicia que había lucido durante la temporada pasada, después de ganar los dos enfrentamientos de Liga.

En el Casco Vello vigués habían comenzado los actos de la Reconquista y el celtismo quería llevar ayer ese espíritu a Balaídos. Para ello, un grupo de aficionados se reunió en la Porta do Sol para organizar la comitiva que se trasladaría hacia el estadio, donde también se esperaba con impaciencia a los alrededor de seiscientos aficionados del Deportivo, que se ubicaron en un lateral de la grada de Río.

Para evitar incidentes entre los más radicales de las dos aficiones, un fuerte dispositivo policial se montó desde media tarde en las inmediaciones del escenario del encuentro. En Vigo, sí ganan en seguridad los equipos visitantes. Sus autobuses no se ven obligados a traspasar una nube de botellas de vidrio antes de entrar en los vestuarios. Ayer, además, la presencia de seguidores de la peña Riazor Blues, recién constituida oficialmente para poder acceder a los estadios, exigía mayores controles.

En lo deportivo, con los dos equipos alejados de los agobios en la clasificación, el derbi volvía a presentarse como un pulso sin más por la supremacía del fútbol gallego, que ya es mucho decir para dos aficiones que representan a dos ciudades con todo tipo de rivalidades. De ahí la expectación que levantó el partido, reflejada en la cantidad de autoridades que acudieron al palco de Balaídos. No se perdió el encuentro el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, acompañado de los dos subdelegados del Gobierno de Pontevedra y de A Coruña, los alcaldes de las respectivas ciudades, Abel Caballero y Xulio Ferreiro, así como la presidenta de la Diputación de Pontevedra, Carmela Silva.

El derbi más igualado del fútbol español, acabó en empate.