Tenía diecisiete años cuando por primera vez se sentó en la mesa de los futbolistas profesionales. Sucedió en el inolvidable verano de Zúrich en 1999, con el que la HBO tendría material para hacer una serie delirante. Aquella fue la concentración de la aparición atronadora de Benny McCarthy; del fichaje incomprensible de Kaviedes; de la fuga de Lubo Penev con la excusa de que le habían llamado a filas en Bulgaria;del despido casi televisado de Vlado Gudelj en mitad de un entrenamiento y de su inconsolable llanto posterior; de la llegada de Bruno Caires al hotel sin dinero para pagar el taxi que le traía del aeropuerto; de las protestas de Karpin porque no había fruta a media mañana o de los 4.700 millones de las antiguas pesetas gastados a mediados del mes de julio. Para mí, sin embargo, siempre será el verano en el que coincidí por primera vez con Oubiña. Porque en medio de aquel "parque de atracciones" estaba Borja, con su rodilla recién recuperada tras sufrir la primera lesión grave de su carrera. Formaba parte de la cuota de canteranos que el Celta de entonces incluía en sus concentraciones de verano se supone que para lavar su conciencia en medio del dispendio incontrolable que vivía el fútbol español. Ese año el grupo lo formaban él, Pablo Couñago, Jonathan Aspas y Villa, aquel menudo centrocampista de pelo largo y piernas flacas que acabaría jugando en Grecia.

El entrañable Guillermo Cameselle, que tenía tan buen olfato para la fotografía como para los futbolistas, se sentía aquellos días desconcertado ante la timidez de Borja. "Le quiero hacer una foto y no me mira", decía con extrañeza. Tal vez por esa desconfianza mutua, en las interminables sesiones de entrenamiento de aquellos días y que casi siempre acababan con el festival goleador de McCarthy y las protestas de Karpin y Mostovoi, le prestaba una especial atención. Un día, con la serenidad que imprimía siempre a su discurso, soltó una sentencia: "Ese chico es muy raro, pero va a ser futbolista".

Aún tendría que pasar tiempo, pero aquel chico que miraba con tristeza y siempre a regañadientes a la cámara, al que Víctor azuzaba en exceso cuando cometía un error, acabó por ser futbolista, por hacerse un hombre en el Celta y transformarse en un modelo diferente de capitán al que el fútbol nos ha acostumbrado. Era inútil esperar de Borja que se agarrase la camiseta en el campo, que se diese golpes en el pecho o que la emprendiese a gritos con sus compañeros o con el árbitro. No era su estilo y eso en ocasiones le penalizó ante un sector de la grada, más sensible ante los "tribuneros" y futbolistas de carreras y gestos demagógicos.

Borja ejerció su papel de puertas hacia dentro, seguramente con quienes más necesitaban de la figura del capitán. Hablen con los chavales criados en el frío insoportable de A Madroa. Siempre encontraron en Oubiña una palabra a tiempo, un consejo, un susurro o simplemente un silencio cuando lo necesitaron. Ellos -los que le han visto librar una batalla interminable contra la desgracia que se cruzó en su camino cuando estaba destinado a ser uno de los mejores mediocentros del fútbol español- saben de su sufrimiento, de su esfuerzo, de su ejemplo y de los días entrenando con la única compañía de los recuperadores.

Aquel chico de Zúrich se despidió ayer de su tiempo como futbolista. Hoy lo hará en Balaídos. Seguro que incómodo por tanta atención. Dice adiós fiel a su forma de entender la vida. Lejos de convencionalismos y de lloros. "Me voy sin ser el futbolista que creía que iba a ser". La frase es puro dolor. Hay guionistas que matarían por ella. Una sentencia impensable para un futbolista corriente, un resumen perfecto de una carrera truncada, que nadie imaginaba después de aquel año glorioso de Segunda en que Vázquez cargó todo el equipo sobre sus hombros y de aquella temporada en Primera que llevó a Florentino a decirle al Celta que no lo vendiesen sin avisarle antes. Borja no tuvo la carrera que pensaba, pero en cambio el club de su ciudad tuvo el capitán que necesitaba. Seguro que pudo ser mejor futbolista, pero es imposible que fuese más profesional, más decente.