No conozco derrota más hermosa que la de este año contra el Villarreal en Vigo. Y difícilmente habrá otra que se le parezca. Fue el primer día de Laura en Balaídos y nunca los goles de un rival del Celta se me hicieron más fáciles de digerir. Porque en cada uno de ellos mi hija me apretaba la mano y me agarraba del cuello como si se sintiese igual de vulnerable que la defensa de Berizzo ante Moi Gómez. Disfruté con su mirada de incomprensión, con su grito en el gol de Larrivey, con su esperanza en el segundo tiempo, con sus “uy” y con su tristeza final. Viví un partido a través de sus ojos, una forma diferente, pura, de disfrutar del fútbol. Había sido una tarde casi perfecta, solo estropeada por ese marcador insensible con los sentimientos de una niña. Pero yo esa tarde no necesitaba la victoria.

Cuando salíamos de Balaídos y Laura descubría esa tradición tan viguesa de huir del estadio con la firme esperanza de escapar del atasco, ella se volvió hacia mí y me hizo la pregunta inevitable: “¿Cuándo volvemos?”. “Pronto, cariño, pronto” le respondí cargado de esperanza.

Llevo meses esperando que la Liga me conceda una mínima posibilidad. Consciente como soy de que los horarios del periodista hacen incompatibles ciertos hábitos, albergo la esperanza de que alguien deje de considerar Balaídos un “after” y nos devuelva por un momento al fútbol con luz natural. Mi hija no sabe quién es Tebas ni falta que le hace. Se lo explicaría, pero seguro que tendría que responder muchas preguntas y para algunas de ellas uno no está preparado.

Han decidido matar el fútbol en el estadio y nadie será capaz de explicarlo cuando dentro de unos años paguemos el mal que está germinando ahora mismo. La Liga no quiere aficionados en la grada, lo que necesita es abonados de la televisión de pago. A Tebas -y al resto de representantes de los clubes, cómplices silenciados por el dinero que sostiene sus proyectos- no le interesa que mi hija y el resto de hijos de mi generación crezcan en las gradas de los estadios, disfrutando de esa pasión irracional por un deporte y un club. Lo que pretenden es que ellos arrastren al resto de la familia a quedarse en casa y pagar lo que sea por ver el partido en casa tras encargar un par de pizzas. No comprenden, pobres infelices, que quien no ha sentido el hormigueo de la grada, quien no se ha abrazado a un desconocido en una tarde loca, quien no ha llorado una derrota junto a sus vecinos de asiento jamás se entregará lo suficiente a un club como para seguirle por el complejo camino de las televisiones de pago. Inglaterra triplica a España en abonados al fútbol por la tele, algo que pone histérico a Tebas. Acaban de firmar un acuerdo histórico por el que el último de la Premier recibirá tanto dinero como el Real Madrid o el Barcelona. Lo han firmado con la condición de que el ambiente en los estadios siga siendo la base del negocio, que se mantengan los horarios cómodos, las facilidades a las familias y se jueguen varios partidos en la misma franja. Allí saben que la clave es la identificación plena de los equipos con su hinchada que se produce sobre todo en el estadio, donde la comunión entre unos y otros es directa, intensa, casi animal. Por eso se fomentan los estadios llenos y que la gente de Southampton sea del Southampton o la de Coventry del Coventry. Aquí no, aquí hay diez horarios diferentes para que Gol pueda dar los partidos (solo tienen un canal) y echamos a los aficionados con la esperanza de que el frío les empuje a ver el fútbol bajo una manta en el sofá. Nada de lo que sucede en el fútbol actual me parece casualidad. Lo que comenzó siendo un interesante intento por acabar con ciertas actitudes intolerantes en los estadios ha terminado por convertirse en una enfermiza persecución a simples aficionados a los que resulta más complicado meter un bombo en un estadio que firmar una hipoteca. Pura irracionalidad. Este es el triste fútbol que Tebas y los clubes han construido, el que nos ha convertido en lechuzas, el que mantendrá a Laura lejos de Balaídos y me obligará a seguir respondiendo a la pregunta de cómo es posible que esos del Villarreal nos marcasen dos goles en un minuto. “Pues, cielo, porque el fútbol es una cosa de locos”.