Undiano Mallenco es un funcionario del arbitraje español que en los últimos años se ha dedicado a allanar el camino a los grandes los días en que asoman los negros nubarrones. Se ha convertido en un anticiclón de urgencia para el Real Madrid y el Barcelona. Es echarse el silbato a la boca y sale el sol en el Bernabéu o en el Camp Nou. Queda lejos aquel chico llegado desde Navarra que parecía romper con muchos de los vicios de su colectivo. Ha terminado como el resto, convencido de que para sobrevivir, para aspirar a las grandes citas internacionales, no hay mejor manera que ser reconocido y alabado en los palcos donde solo se puede entrar con americana.

Aunque pueda sonar acomplejado, la derrota de ayer no hay más remedio que analizarla a partir de Undiano Mallenco. El árbitro convirtió en penalti una fantasmal caída de Cristiano Ronaldo, un piscinazo ridículo, impropio de un futbolista de su talla mundial. Cualquier jubilado sería capaz de disimular mejor. El portugués había sentido el leve contacto con Jonny antes de ingresar en el área y un par de segundos después optó por simular la lipotimia. Mis sobrinos hacen la croqueta con mayor credibilidad. Undiano acudió rápido a la escena, con esa zancada propia de un mediofondista, para tarjetear al defensa céltico y señalar el punto fatífico. "Están reinventando el penalti" me decía un buen amigo. Yo creo que lo han deconstruido, como los cocineros modernos, para que cualquier cosa pueda ser considerado pena máxima sin que nadie se atreva a ponerlo en duda. "Si Ferrán Adriá dice que esto es tortilla, pues lo será". Y así con los árbitros.

Cristiano también tendría que replantearse ciertas actitudes aunque me temo que ya es tarde. Nadie le dio las collejas necesarias a tiempo. Hay veces en que su coro de insufribles "groupies" se pregunta cómo es posible que en el mundo haya gente que no sienta adoración por él. Pues por cosas como la de ayer. Nadie le puede discutir al de Madeira su grandeza como futbolista, su estado de forma, sus ganas de mejorar, de progresar, su hambre infinita. Es el delantero más descomunal que posiblemente hayamos visto la mayoría de nosotros, con un repertorio inigualable a la hora de rematar a portería y una capacidad goleadora que le convierte en un caso único. Pero le pierden muchos de sus gestos gratuitos y su sobreactuación. Fue Robbie Fowler el que hace años pidió a un árbitro que no le señalase un penalti a favor porque se había tropezado con un contrario. El colegiado mantuvo su decisión pese a los ruegos. El delantero del Liverpool agarró la pelota, la puso en el punto de penalti y la envió cinco metros fuera, dejando bien claro que había sido premeditado. Fowler nunca llegó a la mitad de lo que es Cristiano, pero esos gestos le convirtieron en un tipo diferente, especial, de los que dan ganas de sentar a tu lado en una taberna y pedirle que te cuente sus batallas. Ronaldo nunca ha entendido la importancia de esos gestos para agrandar su estatura como futbolista y ayer demostró que nunca desperdicia la posibilidad de sumar otro gol a la estadística, aunque sea de forma rastrera, desleal con su profesión.

Me hubiera gustado saber qué hubiese sido del partido sin Undiano Mallenco. La teoría dice que hubiese ganado el Real Madrid. Pues no estaba demasiado claro hasta ese momento. Los de Berizzo apostaron por un planteamiento valiente, atrevido. Lejos de arrugarse, de atrincherarse en torno a Sergio, se fueron en busca del área de Casillas. Alguno en el Bernabéu debió sudar frío porque no veían presión más alta desde los tiempos de Pep Guardiola en el Barcelona. El Celta se defendió desde la posesión, sacó la pelota con una limpieza inusual y solo se echó de menos claridad en la frontal del área donde faltó frescura y precisión (un síntoma para Berizzo, que tal vez debería empezar a plantearse la posibilidad de conceder un poco de aire a algunos de sus futbolistas). Hizo casi todo bien el Celta: anuló a Kroos para que al Real Madrid le costase sacar la pelota de forma ordenada; trabajaron y corrieron los tres del medio del campo como si sobre ellos pesase una amenaza de muerte; los defensas no se asustaron a la hora de medirse en velocidad a los titanes con los que ataca Ancelotti; y paró Sergio un par de remates malintencionados. Era uno de esos días en los que el Celta deja buen regusto, de los que hace que la imaginación se dispare. Pero llegó el minuto 36 -en ese momento Undiano aún no había pitado ni una falta a favor de los vigueses- y Undiano surgió de la nada para recordarle al mundo su "enorme personalidad". Penalti por desmayo, esa suerte futbolística que solo existe en los estadios grandes. Luego llegarán los tópicos de que en el fútbol "te dan y te quitan a partes iguales". Mentira. Sucede con la clase media, pero nunca con el Real Madrid o el Barcelona. Ellos y sus respectivas maquinarias mediáticas, de manera inexplicable, ridícula, compiten por el papel del agraviado frente a su gran rival. Libran una guerra en la que el resto de equipos son simples accesorios. Una hora después de que acabase el partido del Celta para algunos medios madrileños lo terrible había sido la amarilla a Sergio Ramos. Ese es el fútbol en el que vivimos y que sufrimos cada semana.