También los "magníficos magiares", el asombroso equipo húngaro entrenado por Gusztáv Sebes que reinó en el fútbol mundial en la década de los cincuenta, tenían portero. Se llamaba Gyula Grosics. La historia suele relegar a un segundo plano a los arqueros de los conjuntos de leyenda. Algo parecido le sucedía a este extraordinario guardameta al que apodaban la "pantera negra" por su equipación y sus modos casi felinos. En una alineación en la que figuraban Sándor Kocsis, Ladislao Kubala, Zoltán Czibor, Florian Albert o Nándor Hidegkuti, era complicado fijarse en el portero. Pero allí estaba. Grosics hizo la misma travesía que sus mediáticos compañeros e incluso tuvo una gran virtud que el paso del tiempo le ha reconocido solo de un modo parcial. Cuando la mayoría de ellos abandonaron la selección a finales de los años cincuenta, llamados por el fútbol de otros países, él permaneció en Hungría, protegiendo una portería cada vez más vulnerable. Nadie como él para contar el auge y la caída de un equipo que dejó algunos de los episodios más emblemáticos en la historia de este deporte como la victoria en los Juegos Olímpicos de 1952, el Mundial de 1954 (en el que incomprensiblemente perdieron la final contra Alemania tras un cúmulo de desgracias) o la goleada por 3-6 bajo la niebla de Wembley a Inglaterra en lo que pasó a la eternidad como el "partido del siglo".

Grosics fue pobre desde niño. Nacido en 1926 en Dorog la esperanza de la familia era que el pequeño Gyula se hiciese sacerdote y eso les ayudase a salir de la miseria. Pero eligió el fútbol y más concretamente la portería. Pasó por diversos equipos hasta que en 1950, con la etiqueta de internacional ganada un par de años, el Honved de Budapest, el equipo del Ejército húngaro, le llamó a filas. Fue ese momento en el que Grosics entró a formar parte de un once que haría historia y que siempre sería recordado como los "magníficos magiares". Su alineación es como una oración que los nostálgicos repiten entre suspiros: Grosics, Lantos, Buzánszky, Loránt, Zakariás, Bozsik, Czibor, Hidegkuti, Budai, Puskas y Kocsis. El oro de los Juegos Olímpicos de Helsinki en 1952 fue su carta de presentación y lo lógico es que dos años después se hubiesen apuntado el Mundial de Suiza, pero un grupo de irreductibles alemanes y una serie de desgracias en forma de errores y lesiones lo impidieron.

El portero fue un adelantado a su época. Aunque pasaron a la historia otras virtudes de aquel equipo que introdujo sobre todo un modo diferente de atacar y ocupar el campo, pocos cayeron en la cuenta de las aportaciones que Grosics hizo al fútbol como el hecho de jugar fuera del área buena parte del partido. El primer guardameta que adelantó su posición para ejercer de algo parecido al líbero y ayudar a sus defensas en los lanzamientos en largo o darles una alternativa en la circulación de la pelota.

El final de la década de los años cincuenta fue complicado para Hungría, para su fútbol y especialmente para Grosics. En 1956 cuando la Unión Soviética invade Hungría se produce la deserción de las principales estrellas de la selección y del Honved (Kocsis, Kubala y Czibor) que en aquel momento se encuentran en Bilbao jugando un partido de competición europea. Grosics es de los que vuelve a casa sin rechistar pese a que las autoridades del fútbol de su país no habían hecho demasiado por ganarse su simpatía. No hacía mucho que le habían enviado a jugar a Segunda División para castigarle por un supuesto contrabando de mercancías. Solo cuando se dieron cuenta de que no podían estar sin un portero como él en el Honved le reincorporaron a su puesto. No sería su último desencuentro. Al meta le quedaba un sueño por cumplir: jugar en el Ferencvaros, el equipo del que era aficionado desde pequeño. Pero tampoco se lo permitieron. El Ferencvaros es uno de los símbolos de los nacionalistas húngaros y para las autoridades era un mal trago que uno de los emblemas del fútbol del país jugase en ese equipo por lo que le cerraron esa puerta.

Pese a todo en 1958, con la selección hecha unos zorros tras la desbandada de sus figuras, Grosics defendió de forma heroica la portería de su país en el Mundial de Suecia aunque Hungría ya no estaba en condiciones de pelear por objetivos importantes. Después de eso acabó su carrera en el modesto Tatabánya Bányász en el que jugó hasta que en 1962 decidió colgar las botas.

No esperaba Grosics que el tiempo acabase por permitirle, aunque fuese de forma simbólica, defender su portería soñada. En marzo de 2008 el Ferencvaros jugó un partido amistoso ante el Sheffield United inglés. El equipo húngaro le ofreció a Gyula Grosics, de 82 años, ponerse bajo los palos y él aceptó. Vestido con una camiseta negra y bajo la ovación de los aficionados, Grosics cumplió su ilusión. Sólo jugó un minuto, pero al menos pudo defender aunque fuese un momento el escudo del equipo que había amado en la distancia. Por si fuera poco, el Ferencvaros retiró el dorsal con el número uno en su honor, algo que solo han hecho en la historia el equipo húngaro y el Hannover 96 por Robert Enke.

Hace un par de semanas el corazón de Grosics se detuvo para siempre. Se iba con él un portero legendario y el penúltimo superviviente de aquel equipo inolvidable que fue la Hungría de los cincuenta. Ya solo resiste el lateral Jenö Buzansky.