El encuentro ha concluido. Los jugadores y técnicos del Vigo Rugby se agrupan bajo palos para la fotografía que clausura la campaña. Se abrazan, botan, ríen. Entonan con ardor guerrero un himno religioso: "Mientras recorres la vida, tú nunca solo estás". Y aún le añaden su adaptación del clásico coro argentino: "Olé, olé, olá, cada día te quiero más... Soy del Vigo Rugby". Se entremezclan pieles jóvenes y otras parcheadas a cicatrices, extranjeros que se van y canteranos que permanecen, treinta biografías diferentes fundidas en una sola. Esta criatura que los trasciende es su éxito y la clave de la exhibición que cierra el relato.

El alma del XV del Olivo se condensa a diez minutos del final. Alineación reducida a trece a causa de las cartulinas amarillas. La escuadra local gana por 52-18. El Ordizia aprieta a cinco metros de la línea de ensayo. Pretende maquillar la derrota al precio que sea. Pero nadie que vista la casaca azul se deja seducir por el cansancio y la comodidad. Clavan los tacos y aprietan los dientes como si se jugasen el alimento. Empujan hasta expulsar de su territorio a los voluminosos delanteros vascos.

El Blusens firma otra fecha para el recuerdo. As Lagoas se ha convertido en la casa del dolor para los poderosos. Quesos y Gernika hincaron aquí la rodilla siendo líderes. Sucumbe con estrépito el Ordizia. El Cetransa le arrebata la cuarta plaza que en Vigo pretendía proteger para jugar en su campo los cuartos de final. Alguna que otra baja no le sirve de excusa a los visitantes.

Los guipuzcoanos quizás esperaban a un adversario relajado. El inicio contribuye a confundirlos. El Blusens flojea en la primera melé y Puyadena se encuentra la trinchera viguesa mal organizada. El sencillo 0-7 parece confirmar la superioridad que la clasificación augura. Un espejismo que se les atragantará.

El Blusens juega por cuestiones más importantes que los puntos: por respeto al oval, orgullo propio y la necesidad de dedicarle a los que se van el adiós que se merecen. Juegan en suma por el placer de haberse conocido y ser familia. Al Ordizia lo devora una avalancha. Tuifua eleva la línea de presión, Talakai desbroza enemigos y De Cabo rompe como un relámpago por el ala. Maguna y Moeke manejan el oval a su antojo. El Blusens hace sangre al contragolpe y en combinación; por tres cuartos y por delantera. Caen los ensayos como el ratatá de una metralleta. Uno de ellos, de Pakito y es su aldabonazo en las puertas de la leyenda. Personaje irrepetible, que los rugbiers gallegos explicarán a sus hijos como referente moral. Intenso hasta el último segundo de su carrera.

Al descanso, el partido está resuelto. 40-13. Suena a guarismo de cuando los protohéroes del club, que acaba de celebrar su vigésimo quinto aniversario, caían por 105-0 contra El Salvador y salían de la cancha entusiasmados por lo mucho que habían placado. Ahora son sus herederos los que propinan una paliza a uno de los mejores equipos españoles. Y sin embargo, el espíritu es el mismo. Es la misma pasión.

La dinámica se mantiene en la segunda mitad. La riqueza táctica del Blusens contrasta con la simpleza del Ordizia, que se limita a percutir por el centro y se irrita de pura impotencia. Solo el carrusel de cambios y amonestaciones interrumpirá el ritmo en las postrimerías. Nada que enturbie esta obra perfecta.